Las mujeres que mueren
en guerra, o mueren en el primer parto, son igualadas a los guerreros que
cayeron en el campo de batalla. Todas van a la casa del Sol, todas moran en el
Poniente. Cuando el Sol por la mañana sale, le van siguiendo y agasajando y
festejando los valientes guerreros hasta llegar al mediodía. Allí salen a su
encuentro las mujeres, acompañadas con sus armas y le van acompañando con gran
regocijo y fiesta. Le llevan en unas andas hechas de plumas de quetzal y
cubiertas con un dosel de plumas: entre ricas plumas le llevan. Y en tanto que
los guerreros van a libar flores en la tierra, ellas van voceando alegres,
haciendo alarde de guerra y festejo grandioso hasta llegar al ocaso, en donde
dejan al Sol y vienen los moradores de la región de la muerte a recibirle.
Ellas se esparcen por las sombras de la noche a infestar el mundo.
Tomado del texto de Sahagún, en sus Memoriales de Tepepulco, citado por Ángel María Garibay en Épica náhuatl.
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