Estoy en una casa antigua, llena de pasadizos y puertas. Me recuerda la estructura de una capilla. Huele a polvo, humedad y sangre seca.
Llevo un bebé en brazos.
Hay una mujer gorda y una mujer anciana.
La una robusta, roja como granada, facciones recias; la otra frágil, quebradiza, algo sombrío en el rostro. Una luz diabólica, pienso.
Las dos anhelan ser madres. Quieren arrebatarme a mi nene (a ratos toma forma de niña y a ratos soy yo misma).
En la última habitación hay una serie de nichos. Efigies católicas, Cristos de ropaje púrpura, Madonnas vestidas de encaje; esqueletos de barro.
De pronto los ojos de estas imágenes parecen vivos. Las estatuas descienden de sus lugares y comienzan a golpearse, destrozándose la cara.
Veo la puerta abierta. En una recámara contigua las dos mujeres se han hallado de frente; se abrazan. La más robusta acuesta a la otra en la cama. La arrulla como a un recién nacido. La mujer anciana se ve en paz y se dispone a dormir.
Sonrío. Ahora Ella será su hija.
Soñado el miércoles 2 de noviembre.
Marisol, muy siniestros todos esos sueños. Más bien pesadillas.
ResponderEliminarIgual termines haciendo una recopilación de sueños.
¿Y por qué solemos recordar los malos sueños y no los buenos? ¡Qué fastidio...!
Un saludo.
José
siniestros...
ResponderEliminarja
aunque no lo creas, nunca, de veras nunca, he tenido un sueño bonito
Las cosas hermosas las reservo para el mundo de los despiertos
¡Vaya, qué frase más bonita ésta última!
ResponderEliminarEn cuanto a los sueños bonitos, como lo pasamos tan bien en ellos, no sentimos la imperiosa necesidad de escapar y por tanto no despertamos, que supongo es lo que fija el sueño en la memoria.
Pero sí, mujer, apuesto a que, aunque no los recuerdes, has tenido muchos sueños bonitos.
¡Buena semana!
mmm, lo dudo =b
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