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Jacobo Castillo Cervantes, así se llama el hombre que urde paisajes y memorias en medio de los días. He tenido la fortuna de encontrarme con su libro, Costumbres de un pueblo mestizo, proyecto beneficiado por el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC), que vio la luz pública en 2009 y que está, ahora, en mis manos.
Este libro es como las huertas de mango y papaya: fuerte, lleno de vida, rebosante de colores. El municipio de Antiguo Morelos, Tamaulipas, es el escenario donde convergen el tiempo y los afectos, el apego por la vida sencilla y una nostalgia transparente como el agua de aquellos ríos de antaño en los que uno se bañaba saludando al Sol.
Narrado con gran sensibilidad, el texto me conduce hacia los verdores del campo, me invita a oler la tierra húmeda en donde brotan las matas de maíz, a danzar con la música del viento y a descansar junto al fuego manso de la cocina.
En su prólogo, Enrique Rivas Paniagua evoca al “tejedor de costumbres”, calzado con huaraches y en la testa, un sombrero tantoquero. Frente al rostro del artesano, el músico y el promotor cultural, habla, expresivo: “Jacobo, mi hermano huasteco, el artífice de quimeras desde la sangre-savia de una ceiba”.
El autor de este volumen nos advierte que no se trata de una monografía, ni de un ensayo histórico; no es una sesuda investigación académica, sino “una pequeña recolección de datos sueltos, desordenados de por sí, a los que quien esto escribe ha tratado de darle algún rumbo, de manera que el lector, pueda darse una mediana idea de eso que en nuestro pueblo pudiera llamarse cultura popular, o más bien, nuestras costumbres”.
A lo largo de diversas estancias que van desde “el monte” hasta “la historia”, Jacobo describe el acontecer huasteco desde adentro, en ese punto preciso en que se entraman el sentido poético y el mítico. Hace un llamado a rescatar la antigua sabiduría, el conocimiento de las plantas curativas, el respeto a la naturaleza en contraposición a la explotación desmedida de la tierra y la defensa de las tradiciones que, de a poco, son devoradas por la globalización. Al final, agrega “algunos cuentos”, como el de “La cueva de Nicolás Pérez”, en la sierra de Tanchauil, donde se oculta un fabuloso tesoro.
Costumbres de un pueblo mestizo, está basado, principalmente, en la tradición oral y en las vivencias propias del autor. Un patrimonio comunitario que nos corresponde preservar y revivir, entregándonos a su lectura. Como suele suceder con este tipo de publicaciones, el tiraje es pequeño y la distribución no tan amplia como quisiéramos. Mi afortunado hallazgo ocurrió en el Centro Cultural de la Huasteca Potosina, en Ciudad Valles, San Luis Potosí.
Traigo aquí las palabras de Arturo Castillo Alva, que aparecen en la solapa del volumen: “Ojalá que este trabajo de Jacobo sirva para que no olvidemos lo que hemos sido antes de convertirnos en lo que no decidimos ser. Y, también, para que otros jóvenes como él sean cuidadosos y lúcidos con su presente, observen con atención el entorno de sus días, construyan lo que mañana será su pasado …y lo amen, y lo defiendan”.
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Este libro es como las huertas de mango y papaya: fuerte, lleno de vida, rebosante de colores. El municipio de Antiguo Morelos, Tamaulipas, es el escenario donde convergen el tiempo y los afectos, el apego por la vida sencilla y una nostalgia transparente como el agua de aquellos ríos de antaño en los que uno se bañaba saludando al Sol.
Narrado con gran sensibilidad, el texto me conduce hacia los verdores del campo, me invita a oler la tierra húmeda en donde brotan las matas de maíz, a danzar con la música del viento y a descansar junto al fuego manso de la cocina.
En su prólogo, Enrique Rivas Paniagua evoca al “tejedor de costumbres”, calzado con huaraches y en la testa, un sombrero tantoquero. Frente al rostro del artesano, el músico y el promotor cultural, habla, expresivo: “Jacobo, mi hermano huasteco, el artífice de quimeras desde la sangre-savia de una ceiba”.
El autor de este volumen nos advierte que no se trata de una monografía, ni de un ensayo histórico; no es una sesuda investigación académica, sino “una pequeña recolección de datos sueltos, desordenados de por sí, a los que quien esto escribe ha tratado de darle algún rumbo, de manera que el lector, pueda darse una mediana idea de eso que en nuestro pueblo pudiera llamarse cultura popular, o más bien, nuestras costumbres”.
A lo largo de diversas estancias que van desde “el monte” hasta “la historia”, Jacobo describe el acontecer huasteco desde adentro, en ese punto preciso en que se entraman el sentido poético y el mítico. Hace un llamado a rescatar la antigua sabiduría, el conocimiento de las plantas curativas, el respeto a la naturaleza en contraposición a la explotación desmedida de la tierra y la defensa de las tradiciones que, de a poco, son devoradas por la globalización. Al final, agrega “algunos cuentos”, como el de “La cueva de Nicolás Pérez”, en la sierra de Tanchauil, donde se oculta un fabuloso tesoro.
Costumbres de un pueblo mestizo, está basado, principalmente, en la tradición oral y en las vivencias propias del autor. Un patrimonio comunitario que nos corresponde preservar y revivir, entregándonos a su lectura. Como suele suceder con este tipo de publicaciones, el tiraje es pequeño y la distribución no tan amplia como quisiéramos. Mi afortunado hallazgo ocurrió en el Centro Cultural de la Huasteca Potosina, en Ciudad Valles, San Luis Potosí.
Traigo aquí las palabras de Arturo Castillo Alva, que aparecen en la solapa del volumen: “Ojalá que este trabajo de Jacobo sirva para que no olvidemos lo que hemos sido antes de convertirnos en lo que no decidimos ser. Y, también, para que otros jóvenes como él sean cuidadosos y lúcidos con su presente, observen con atención el entorno de sus días, construyan lo que mañana será su pasado …y lo amen, y lo defiendan”.
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