Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 12 de octubre de 2010.
A principios de este año, ansiosa por verter imágenes poéticas en mi ánfora de viajes, visité la ciudad de Tula de Tamaulipas. Llegué cuando la tarde comenzaba a cerrarse sobre el horizonte. Al acercarme al mercado una mujer de ojos avispados se me emparejó preguntándome si era doctora, si iba a atender a alguien –habrá sido por mi maletín negro y mis tenis blancos– y, por esta costumbre mía de responder espontáneamente lo que pienso, le dije que no. “Vine porque quiero escribir”
“Ah, entonces usted escribe. ¿Y sobre qué?” Mis palabras sonaron simples: “Sobre los pueblos, las personas, los lugares…”
Ella inclinó un poco la cabeza y, con una voz que pretendía ser bajita y una mirada furtiva, susurró: “pues aquí hay mucho de qué escribir, ¿ve por ejemplo esos hombres que están allá, cerquita de la plaza?, a mí se me hace que son narcos. Usted debería investigar eso para que lo publique”. Cuando le expliqué un tanto tímidamente que no era investigadora de la nota roja, sino literaria, no disimuló el gesto de decepción.
Una hora más tarde, mientras entraba a la vieja parroquia envuelta en campanadas y rezos me pregunté por qué escriben los escritores; concretamente los poetas. Cerca de mí, un grupo de mujeres con velos negros cantaba monótonas alabanzas; secas de carnes, las pupilas perdidas en puntos lejanos, la piel como a punto de desprenderse. “Rulfianas”, me dije.
.
La naturaleza humana, en su forma sustancial –los temas de sus crisis–, es la misma en los pequeños poblados que en las grandes urbes: el amor, la muerte, el dolor, el placer. Pero aquí, en estos espacios donde la geografía se aprieta alrededor de sus habitantes, es donde dicha naturaleza resalta en una forma peculiar. Así, la mujer que me había abordado en el mercado, y éstas que arañaban la imagen del cielo, manifestaban una necesidad colectiva de seguridad en la tierra y seguridad en un dios.
¿Qué papel juega el arte, la escritura creativa, en relación a las necesidades humanas?
La gente, digamos, el mundo, quiere enterarse de quién mató al vecino o cuándo se arreglarán los baches de las calles, pero quizá no esté muy interesada en revelaciones literarias, menos en gastar cien o doscientos pesos en un libro de poemas. ¿No son éstos, tiempos demasiado apurados y violentos como para entretenerse haciendo versos?
¿Tiene la Poesía un valor comunitario?
Algunos argumentarán que el artista tiende a ser solitario o individualista. Las palabras de Carl G. Jung pueden apuntar a una respuesta: “La soledad no surge necesariamente en oposición a la comunidad, puesto que nadie siente más la comunidad que el solitario, y la comunidad florece tan sólo allí donde cada individuo rememora su propia singularidad”.
En nuestro sistema social, orientado a la producción, frecuentemente se desvalorizan actividades que no rinden una utilidad económica directa, sin comprender que estas estructuras de adaptación, que se ocupan de los conocimientos –en las que entra el quehacer científico y artístico–, son precisamente sustento de una economía productiva.
¿Por qué escriben los escritores? Creo que por recordarnos que existe lo bello aún en la sordidez.
A principios de este año, ansiosa por verter imágenes poéticas en mi ánfora de viajes, visité la ciudad de Tula de Tamaulipas. Llegué cuando la tarde comenzaba a cerrarse sobre el horizonte. Al acercarme al mercado una mujer de ojos avispados se me emparejó preguntándome si era doctora, si iba a atender a alguien –habrá sido por mi maletín negro y mis tenis blancos– y, por esta costumbre mía de responder espontáneamente lo que pienso, le dije que no. “Vine porque quiero escribir”
“Ah, entonces usted escribe. ¿Y sobre qué?” Mis palabras sonaron simples: “Sobre los pueblos, las personas, los lugares…”
Ella inclinó un poco la cabeza y, con una voz que pretendía ser bajita y una mirada furtiva, susurró: “pues aquí hay mucho de qué escribir, ¿ve por ejemplo esos hombres que están allá, cerquita de la plaza?, a mí se me hace que son narcos. Usted debería investigar eso para que lo publique”. Cuando le expliqué un tanto tímidamente que no era investigadora de la nota roja, sino literaria, no disimuló el gesto de decepción.
Una hora más tarde, mientras entraba a la vieja parroquia envuelta en campanadas y rezos me pregunté por qué escriben los escritores; concretamente los poetas. Cerca de mí, un grupo de mujeres con velos negros cantaba monótonas alabanzas; secas de carnes, las pupilas perdidas en puntos lejanos, la piel como a punto de desprenderse. “Rulfianas”, me dije.
.
La naturaleza humana, en su forma sustancial –los temas de sus crisis–, es la misma en los pequeños poblados que en las grandes urbes: el amor, la muerte, el dolor, el placer. Pero aquí, en estos espacios donde la geografía se aprieta alrededor de sus habitantes, es donde dicha naturaleza resalta en una forma peculiar. Así, la mujer que me había abordado en el mercado, y éstas que arañaban la imagen del cielo, manifestaban una necesidad colectiva de seguridad en la tierra y seguridad en un dios.
¿Qué papel juega el arte, la escritura creativa, en relación a las necesidades humanas?
La gente, digamos, el mundo, quiere enterarse de quién mató al vecino o cuándo se arreglarán los baches de las calles, pero quizá no esté muy interesada en revelaciones literarias, menos en gastar cien o doscientos pesos en un libro de poemas. ¿No son éstos, tiempos demasiado apurados y violentos como para entretenerse haciendo versos?
¿Tiene la Poesía un valor comunitario?
Algunos argumentarán que el artista tiende a ser solitario o individualista. Las palabras de Carl G. Jung pueden apuntar a una respuesta: “La soledad no surge necesariamente en oposición a la comunidad, puesto que nadie siente más la comunidad que el solitario, y la comunidad florece tan sólo allí donde cada individuo rememora su propia singularidad”.
En nuestro sistema social, orientado a la producción, frecuentemente se desvalorizan actividades que no rinden una utilidad económica directa, sin comprender que estas estructuras de adaptación, que se ocupan de los conocimientos –en las que entra el quehacer científico y artístico–, son precisamente sustento de una economía productiva.
¿Por qué escriben los escritores? Creo que por recordarnos que existe lo bello aún en la sordidez.
.
Un pueblo con educación sabe administrar sus recursos. Un pueblo sensible ante la belleza puede educar con amor.
.
Un pueblo con educación sabe administrar sus recursos. Un pueblo sensible ante la belleza puede educar con amor.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario