Literatura & Psicología

1.9.10

Los pames: identidad y rebeldía

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes, 24 de agosto de 2010.
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Alguna vez leí en El hombre rebelde, de Camus, que la palabra “no” afirma la existencia de una frontera. Y este confín, precisamente, difícil de traspasar, es el que llevan dentro de su nombre los pames. Los españoles los llamaron “pamies”, que en su lengua quiere decir “no”, por su negativa a ser sometidos.

Los pames de Querétaro y San Luis Potosí sobreviven, hoy en día, a fuerza de voluntad en un territorio que alguna vez fue campo libre para tensar el arco y danzar. Jonaces y ximpeces, en cambio, fueron exterminados.

Para los chichimecas, tradicionalmente considerados como “bárbaros” por su rebeldía y fiereza, aplicaría esta frase que también leí en el citado ensayo de Camus (aunque más veces la he visto en posters del Che): “Antes morir de pie que vivir de rodillas”.

Cierto es que los Pames se desprenden, como la raíz lamosa de un sueño, desde un pasado que lucha por permanecer, no a manera de figura estática sino dentro del sincretismo siempre móvil de nuestro tiempo.

La cristiandad y el legado de otras etnias como la teenek, se conjugan para dar vida al pame contemporáneo que teje canastos con esa palma dura que se da en la Sierra Gorda, y fabrica la flauta de carrizo o nipijiji para el mitote (mitola en náhuatl es “bailar”), con el cual se pide al padre Trueno que no mande desgracias a la comunidad.

Pero estos hombres y mujeres que nos miran desde la trinchera de los siglos, en muchos sentidos continúan viviendo en el borde. Apenas hay documentos históricos que hablen de ellos; sus usos y costumbres a menudo son hechos a un lado en esta sociedad apresurada por globalizarse.

En el libro Los pueblos indígenas de México, el doctor en estudios mesoamericanos Federico Navarrete reflexiona acerca de la manera en que comúnmente los mestizos ven a los indígenas: “en una posición subordinada pues los define, no en función de sí mismos, sino de sus diferencias con los demás mexicanos: son ellos los que hablan idiomas distintos a la ʽlengua nacionalʼ, el castellano; son ellos los que tienen costumbres diferentes, los que se visten de otra manera, los que no se han ʽintegradoʼ plenamente a la nación […]”

Navarrete califica de simplista esta visión, para empezar porque en nuestro país hay más de 62 grupos etnolingüísticos distintos, y por lo tanto no podemos unificarlos entre sí; “resulta más exacto afirmar que en México no existe una mayoría mestiza y una minoría indígena, sino muchos grupos con culturas y formas de vida diferentes”.

Habría que replantear constantemente el significado de esta “integración nacional” de la que tanto hablamos, comprender que el reconocimiento de la diversidad es parte de lo que nos identifica. Es necesario consolidar un sistema educativo, económico y social que incluya a todas las comunidades en su búsqueda de progreso (sin detrimento de su particular cultura), sólo así trascenderemos aquella vieja frontera.

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