Cuentan los teenek del norte de Veracruz que hace mucho tiempo, cuando Dios no estaba aquí, el Sol no existía. Sólo había oscuridad y tinieblas. La gente de antes se llamaba aatslaabtsik. Eran los antiguos, los dueños de la tierra. Tenían tres pies; no comían, se alimentaban del puro olor de la comida y por lo tanto no defecaban. Cuando llegó el Sol tuvieron miedo de morir por su fuego y se metieron en la tierra, de cabeza.
Fueron estos antepasados, al querer esconderse, los que hicieron los cerros y las zanjas para taparse y no ver el Sol. Los que no rechazaron la luz se quedaron a vivir en el mundo; los otros, los que intentaban huir, perecieron. Estos que ahora están dentro de la tierra son los Baatsik’. Enojados con la gente que se quedó a vivir en la luz, le hacen mucho daño. Primero se robaban a los animales y a las personas. Hoy se llevan nuestro ch’ichiin (el alma del pensamiento o energía vital) para espantarnos. Cuando alguien se cae al caminar o tropieza, se espanta y es de ellos (se vuelve su pertenencia).
“Cuando nosotros vamos a orinar por un lado ¿quién lo recibe? –La tierra. Cuando vamos a ensuciar por un lado ¿quién lo recibe? –La tierra. Por eso la tierra está enojada con nosotros, porque la llenamos con mucha suciedad.” Por eso hay que hablarle, echarle un poquito de aguardiente, decirle que vamos a vivir aquí un rato. “Hay que decirle que no somos los dueños del mundo […] No nos vamos a apropiar de las cosas que hay aquí”.
Este mito fundador, llevado desde la tradición oral hasta el papel por la antropóloga francesa Anath Ariel de Vidas (El trueno ya no vive aquí, Colección Huasteca. 2003), permea gran parte de la vida cotidiana de los teenek veracruzanos, que se consideran descendientes de los aatslaabtsik.
Menciona Ariel de Vidas que en un mito recopilado por Alcorn entre los teenek potosinos se habla también de una raza prehumana (de características monstruosas, que viven más allá de los confines de la civilización), unos gigantes llamados Links (“culo achatado”) o Mut’in (“aquellos cuyo desarrollo se detuvo al nivel del mono”).
Hoy en día los teenek ocupan solamente una parte del territorio sobre el sudeste del estado de San Luis Potosí y el norte del estado de Veracruz. El resto de la extensa zona considerada Huasteca está habitada por mestizos y diversos grupos indígenas como nahuas, pames, tepehuas y otomíes.
En general, los teenek (al igual que otras comunidades étnicas) han sido orillados a vivir en lomeríos y regiones abruptas, con pocas posibilidades de mejorar sus condiciones de vida. Las partes más fértiles del territorio, por ejemplo las grandes llanuras aptas para la ganadería, quedan fuera de su alcance. Esto como producto de una sociedad tácitamente basada en preceptos de dominación del más poderoso. Siglos de marginación hacen que el huasteco actual menosprecie su propio valor cultural.
Nos haría bien, a todos los habitantes de la Huasteca, recordar que sólo estamos aquí de paso. Hay que andar a pie, escuchar el quejido que brota desde las entrañas terrosas de los montes. No somos los dueños del mundo, y algún día el Sol regresará por su sendero de luz a la cuna de donde emergió.
Fueron estos antepasados, al querer esconderse, los que hicieron los cerros y las zanjas para taparse y no ver el Sol. Los que no rechazaron la luz se quedaron a vivir en el mundo; los otros, los que intentaban huir, perecieron. Estos que ahora están dentro de la tierra son los Baatsik’. Enojados con la gente que se quedó a vivir en la luz, le hacen mucho daño. Primero se robaban a los animales y a las personas. Hoy se llevan nuestro ch’ichiin (el alma del pensamiento o energía vital) para espantarnos. Cuando alguien se cae al caminar o tropieza, se espanta y es de ellos (se vuelve su pertenencia).
“Cuando nosotros vamos a orinar por un lado ¿quién lo recibe? –La tierra. Cuando vamos a ensuciar por un lado ¿quién lo recibe? –La tierra. Por eso la tierra está enojada con nosotros, porque la llenamos con mucha suciedad.” Por eso hay que hablarle, echarle un poquito de aguardiente, decirle que vamos a vivir aquí un rato. “Hay que decirle que no somos los dueños del mundo […] No nos vamos a apropiar de las cosas que hay aquí”.
Este mito fundador, llevado desde la tradición oral hasta el papel por la antropóloga francesa Anath Ariel de Vidas (El trueno ya no vive aquí, Colección Huasteca. 2003), permea gran parte de la vida cotidiana de los teenek veracruzanos, que se consideran descendientes de los aatslaabtsik.
Menciona Ariel de Vidas que en un mito recopilado por Alcorn entre los teenek potosinos se habla también de una raza prehumana (de características monstruosas, que viven más allá de los confines de la civilización), unos gigantes llamados Links (“culo achatado”) o Mut’in (“aquellos cuyo desarrollo se detuvo al nivel del mono”).
Hoy en día los teenek ocupan solamente una parte del territorio sobre el sudeste del estado de San Luis Potosí y el norte del estado de Veracruz. El resto de la extensa zona considerada Huasteca está habitada por mestizos y diversos grupos indígenas como nahuas, pames, tepehuas y otomíes.
En general, los teenek (al igual que otras comunidades étnicas) han sido orillados a vivir en lomeríos y regiones abruptas, con pocas posibilidades de mejorar sus condiciones de vida. Las partes más fértiles del territorio, por ejemplo las grandes llanuras aptas para la ganadería, quedan fuera de su alcance. Esto como producto de una sociedad tácitamente basada en preceptos de dominación del más poderoso. Siglos de marginación hacen que el huasteco actual menosprecie su propio valor cultural.
Nos haría bien, a todos los habitantes de la Huasteca, recordar que sólo estamos aquí de paso. Hay que andar a pie, escuchar el quejido que brota desde las entrañas terrosas de los montes. No somos los dueños del mundo, y algún día el Sol regresará por su sendero de luz a la cuna de donde emergió.
"Algún día el Sol regresará por su sendero de luz a la cuna de donde emergió"
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