Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes, 6 de julio de 2010.
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“Escribo para no morir” dice Natalio Hernández en su libro El despertar de nuestras lenguas (Diana, Fondo Editorial de Culturas Indígenas, 2002). Poeta y ensayista nahua, deja el calor de su pueblo para insertarse en el inmenso rompecabezas de la ciudad de México.
En medio de la urbe sigue alimentándose de su raíz, de su casta luminosa, su manantial de cantos: “Algunas veces siento que los indios / esperamos la llegada de un hombre / que todo lo puede, que todo / lo sabe, que nos puede ayudar a resolver todos nuestros problemas. / Pero este hombre que todo lo puede y todo lo sabe / nunca llegará; / porque vive en nosotros / camina con nosotros / empieza a despertar; / aún duerme”.
Escritores como Natalio Hernández o Andrés Henestrosa –que ha vuelto al seno de la Tierra–, revitalizan la tradición, beben de los ríos de la memoria y trasladan sus imágenes al presente. Un presente que a menudo niega la legitimidad de la Palabra antigua.
Precisamente, de este menosprecio histórico surge una confusión: mucha gente, profesionistas incluidos –y más de una vez, sus mismos hablantes– llaman “dialectos” a las lenguas indígenas, como si pertenecieran a una categoría menor.
En el trabajo publicado por la Secretaría de Educación y Cultura “Algunos puntos fundamentales para la escritura del idioma nahua, náhuatl o mexicano” (2003) se refiere: “La dialectología es el estudio de las variantes regionales de un idioma. Por tanto, la palabra 'dialecto' no debe tomarse en sentido peyorativo sino como sinónimo de variante idiomática.”
El zapoteco o el maya, por citar algunas, son lenguas completas, con sus propios dialectos o variantes regionales, al igual que el español.
En el texto arriba citado se hace hincapié en la necesidad de acabar con la discriminación intelectual hacia las personas de habla indígena. ¿Cómo señalarlas de “inferiores”, si muchas de ellas son políglotas?
Diversos idiomas autóctonos de nuestro país se ven en franca desventaja frente al castellano. Los asuntos administrativos, de impartición de justicia y de temas referentes a la educación, no suelen contar con documentos escritos en tének o en otomí, por ejemplo. Así, el niño cuya lengua madre sea alguna de éstas, se ve obligado a desprenderse poco a poco de ella para encajar en la maquinaria de la civilización globalizada.
Tan hermosa y tan válida como la herencia de Castilla es la de las distintas culturas que cohabitan en el territorio mexicano.
Ojalá pudiésemos sembrarnos en el corazón la voz de Jorge Miguel Cocom Pech cuando dice, en el libro El Chilam Balam de Calkiní: “Tu idioma es la casa de tu alma. / Ahí viven tus padres y tus abuelos. / En esta casa milenaria, / hogar de tus recuerdos, / permanece tu palabra”.
En medio de la urbe sigue alimentándose de su raíz, de su casta luminosa, su manantial de cantos: “Algunas veces siento que los indios / esperamos la llegada de un hombre / que todo lo puede, que todo / lo sabe, que nos puede ayudar a resolver todos nuestros problemas. / Pero este hombre que todo lo puede y todo lo sabe / nunca llegará; / porque vive en nosotros / camina con nosotros / empieza a despertar; / aún duerme”.
Escritores como Natalio Hernández o Andrés Henestrosa –que ha vuelto al seno de la Tierra–, revitalizan la tradición, beben de los ríos de la memoria y trasladan sus imágenes al presente. Un presente que a menudo niega la legitimidad de la Palabra antigua.
Precisamente, de este menosprecio histórico surge una confusión: mucha gente, profesionistas incluidos –y más de una vez, sus mismos hablantes– llaman “dialectos” a las lenguas indígenas, como si pertenecieran a una categoría menor.
En el trabajo publicado por la Secretaría de Educación y Cultura “Algunos puntos fundamentales para la escritura del idioma nahua, náhuatl o mexicano” (2003) se refiere: “La dialectología es el estudio de las variantes regionales de un idioma. Por tanto, la palabra 'dialecto' no debe tomarse en sentido peyorativo sino como sinónimo de variante idiomática.”
El zapoteco o el maya, por citar algunas, son lenguas completas, con sus propios dialectos o variantes regionales, al igual que el español.
En el texto arriba citado se hace hincapié en la necesidad de acabar con la discriminación intelectual hacia las personas de habla indígena. ¿Cómo señalarlas de “inferiores”, si muchas de ellas son políglotas?
Diversos idiomas autóctonos de nuestro país se ven en franca desventaja frente al castellano. Los asuntos administrativos, de impartición de justicia y de temas referentes a la educación, no suelen contar con documentos escritos en tének o en otomí, por ejemplo. Así, el niño cuya lengua madre sea alguna de éstas, se ve obligado a desprenderse poco a poco de ella para encajar en la maquinaria de la civilización globalizada.
Tan hermosa y tan válida como la herencia de Castilla es la de las distintas culturas que cohabitan en el territorio mexicano.
Ojalá pudiésemos sembrarnos en el corazón la voz de Jorge Miguel Cocom Pech cuando dice, en el libro El Chilam Balam de Calkiní: “Tu idioma es la casa de tu alma. / Ahí viven tus padres y tus abuelos. / En esta casa milenaria, / hogar de tus recuerdos, / permanece tu palabra”.
Em el rincón más pequeño
ResponderEliminarun gato hila recuerdos azules
hojas de maple y verde esmeralda
un gato rasguña las paredes
donde solíamos dibujar arcoiris
y escribir con tizas de colores
un nombre rodeado de flores
En el rincón más pequeño
un gato maulla
trayendo consigo las palabras
los sueños que creía perdidos
Estambres de poesía
gracias por este retazo de inocencia en medio del caos
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