Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 6 de abril de 2010.
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Desde la ventanilla del autobús el caserío de Tula parece el reflejo de una fotografía antigua, uno de esos sueños en que el tiempo avanza irremediablemente hacia un punto distante que se fractura.
El viento me recibe en la pequeña terminal de autobuses. La gente no tiene demasiada prisa. Son las cinco o seis de tarde. La carretera se ve solitaria.
De camino a la ciudad –en una combi– pasan como de largo los cactus, el polvo, el Sol. Al fondo, los cerros.
El pueblo tiene esta atmósfera de quietud que precede a lo inesperado. La música norteña y los corridos se mezclan con el tañido de las campanas de la vieja parroquia.
Voy entre los puestos del mercado hasta llegar a la plaza: hay apenas un par de muchachos en las bancas. La ciudad parece dispuesta a irse a dormir temprano.
De aquí es originaria doña Carmen Romero Rubio, quien fue esposa de don Porfirio Díaz; aún puede verse en el templo de Nuestra Señora del Carmen el reloj público que le regaló al pueblo, estrenado en 1893.
Aquí nació también nuestra poeta Isaura Calderón –muy chica se mudó a Tampico– quien, siguiendo la tradición de López Velarde, nos entregaría sus “Cantares de amor en vilo”, homenaje a la provincia Tamaulipeca.
Al día siguiente de mi llegada, el Director de Turismo, el profesor Salvador Piña Miranda, hombre afable y orgulloso de su raíz, me hablará de Carmelita y de Isaura; me contará que aquí se trabaja la cuera tamaulipeca, lo sabrosas que son las enchiladas tultecas y, camino a la “Pirámide de la laguna”, me señalará los cerros en toda su bizarría y la zona, resguardada, en que se da el peyote.
En su artículo “Arqueología de Tula, Tamaulipas”, don Joaquín Meade refiere: “No sabemos cómo se originó el nombre de Tula, pero sin duda se le dio desde un principio por ser un punto de importancia… En náhuatl, Tula se deriva de Talín o Tollan que significa tule o tular que también debe haber existido en la citada laguna [de Tammapul, en huasteco: lugar de neblina]”. En el libro La Huasteca Tamaulipeca (Tomo III), afirma: “Tula es población muy antigua; en 1607 entró por aquí fray Juan Bautista de Mollinedo […] El 20 de julio de 1617 Mollinedo fundaba su Conversión de San Antonio de Tula.”
Meade también nos dice que una veinteava parte del municipio de Tula es territorio de la Huasteca.
Octavio Herrera menciona: “La región localizada al oriente del municipio de Tula es una zona de grandes contrastes ecológicos, ya que por un lado se observa la exuberante vegetación huasteca que sube la serranía, y por otro lado el árido y espinudo suelo del Altiplano Mexicano. Es Tula un primer escalón de la gran Mesa del Norte que inicia aquí su monótono paisaje que llega a abarcar gran parte de la extensión territorial del norte del país.”
Cierto, en Tula hay algo que nos hace sentir al borde. En las estrechas calles aún podemos hallar, en ruinas, los muros de una época remota que se hace presente. ¿Vendrías conmigo a fotografiar al viento?
El viento me recibe en la pequeña terminal de autobuses. La gente no tiene demasiada prisa. Son las cinco o seis de tarde. La carretera se ve solitaria.
De camino a la ciudad –en una combi– pasan como de largo los cactus, el polvo, el Sol. Al fondo, los cerros.
El pueblo tiene esta atmósfera de quietud que precede a lo inesperado. La música norteña y los corridos se mezclan con el tañido de las campanas de la vieja parroquia.
Voy entre los puestos del mercado hasta llegar a la plaza: hay apenas un par de muchachos en las bancas. La ciudad parece dispuesta a irse a dormir temprano.
De aquí es originaria doña Carmen Romero Rubio, quien fue esposa de don Porfirio Díaz; aún puede verse en el templo de Nuestra Señora del Carmen el reloj público que le regaló al pueblo, estrenado en 1893.
Aquí nació también nuestra poeta Isaura Calderón –muy chica se mudó a Tampico– quien, siguiendo la tradición de López Velarde, nos entregaría sus “Cantares de amor en vilo”, homenaje a la provincia Tamaulipeca.
Al día siguiente de mi llegada, el Director de Turismo, el profesor Salvador Piña Miranda, hombre afable y orgulloso de su raíz, me hablará de Carmelita y de Isaura; me contará que aquí se trabaja la cuera tamaulipeca, lo sabrosas que son las enchiladas tultecas y, camino a la “Pirámide de la laguna”, me señalará los cerros en toda su bizarría y la zona, resguardada, en que se da el peyote.
En su artículo “Arqueología de Tula, Tamaulipas”, don Joaquín Meade refiere: “No sabemos cómo se originó el nombre de Tula, pero sin duda se le dio desde un principio por ser un punto de importancia… En náhuatl, Tula se deriva de Talín o Tollan que significa tule o tular que también debe haber existido en la citada laguna [de Tammapul, en huasteco: lugar de neblina]”. En el libro La Huasteca Tamaulipeca (Tomo III), afirma: “Tula es población muy antigua; en 1607 entró por aquí fray Juan Bautista de Mollinedo […] El 20 de julio de 1617 Mollinedo fundaba su Conversión de San Antonio de Tula.”
Meade también nos dice que una veinteava parte del municipio de Tula es territorio de la Huasteca.
Octavio Herrera menciona: “La región localizada al oriente del municipio de Tula es una zona de grandes contrastes ecológicos, ya que por un lado se observa la exuberante vegetación huasteca que sube la serranía, y por otro lado el árido y espinudo suelo del Altiplano Mexicano. Es Tula un primer escalón de la gran Mesa del Norte que inicia aquí su monótono paisaje que llega a abarcar gran parte de la extensión territorial del norte del país.”
Cierto, en Tula hay algo que nos hace sentir al borde. En las estrechas calles aún podemos hallar, en ruinas, los muros de una época remota que se hace presente. ¿Vendrías conmigo a fotografiar al viento?
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