Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 9 de marzo de 2010.
.
Desde lo alto del cuisillo, el edificio principal de Tammapul (que en lengua huasteca significa “lugar de niebla”) puede verse la Laguna San Isidro, echada con serenidad en el fértil valle de Tula.
“Este vaso de agua –me explica don Salvador Piña, que funge amablemente como mi guía– hace cuarenta años abastecía a más de treinta comunidades”. No es tan grande ahora, pero sigue manteniendo su sosegada belleza al amparo de los cerros.
La pirámide, la única excavada en el sitio, es circular y muy voluminosa –me entero después que tiene 12 metros de altura y 36 de base–, adornada, alrededor, con una serie de clavos de piedra.
Me detengo un momento a ver el mezquite que corona la construcción, parece danzar gravemente con su cabellera seca.
A don Salvador le tomó unos doce o trece minutos manejar desde la ciudad de Tula hasta la zona arqueológica, ubicada a seiscientos metros de la carretera Tula-Ocampo.
Es medio día, a lo lejos, entretejido de nubes aún puede verse el manto de la niebla levantándose sobre la sierra. En los días más fríos del año los cerros se arropan con frazadas níveas. “Tenemos nuestro Himalaya –dice mi guía con gran entusiasmo–, aquí es donde todo comienza: la tierra fértil, lo huasteco, y el semidesierto”.
Es verdad, en este punto del suroeste de nuestro Estado convergen distintos paisajes. Durante la historia antigua de México Tamaulipas fue un corredor de la migración humana. Más tarde fue uno de los escenarios donde se dio la domesticación del maíz. “En tres regiones de su territorio se desarrollaron pueblos pertenecientes al patrón cultural de Mesoamérica: la sierra de Tamaulipas, la Sierra Madre Oriental y la Huasteca” (Octavio Herrera, Breve Historia de Tamaulipas, 1999).
La Huasteca Tamaulipeca floreció a lo largo de la cuenca baja del Guayalejo-Tamesí, en los valles intermontanos de la Sierra Madre y en una pequeña área del altiplano. “El grueso de las ruinas –afirma don Joaquín Meade– se encuentra en la zona huasteca del sur del estado con una marcada extensión hacia el altiplano en la región de Tula de Tamaulipas”.
Al principio se creyó que Tammapul pertenecía a la cultura huasteca, pero tras la exploración los arqueólogos se dieron cuenta que su configuración es diferente al resto de las culturas que existen en Tamaulipas. “Nos queda mucho por saber”, me dirá después Gerardo Vázquez, coordinador del patrimonio histórico de la zona.
Cerca de la pirámide ha crecido un árbol de zapote. La gente lo rodea. Los niños se solazan y dejan ir entre las ramas miradas curiosas.
Mientras me voy alejando por el camino empedrado empieza a correr un aire fresco. Por la noche el viento alzará nubecillas de polvo y acaso la niebla agite sus alas. ¿No te gustaría verlo?
“Este vaso de agua –me explica don Salvador Piña, que funge amablemente como mi guía– hace cuarenta años abastecía a más de treinta comunidades”. No es tan grande ahora, pero sigue manteniendo su sosegada belleza al amparo de los cerros.
La pirámide, la única excavada en el sitio, es circular y muy voluminosa –me entero después que tiene 12 metros de altura y 36 de base–, adornada, alrededor, con una serie de clavos de piedra.
Me detengo un momento a ver el mezquite que corona la construcción, parece danzar gravemente con su cabellera seca.
A don Salvador le tomó unos doce o trece minutos manejar desde la ciudad de Tula hasta la zona arqueológica, ubicada a seiscientos metros de la carretera Tula-Ocampo.
Es medio día, a lo lejos, entretejido de nubes aún puede verse el manto de la niebla levantándose sobre la sierra. En los días más fríos del año los cerros se arropan con frazadas níveas. “Tenemos nuestro Himalaya –dice mi guía con gran entusiasmo–, aquí es donde todo comienza: la tierra fértil, lo huasteco, y el semidesierto”.
Es verdad, en este punto del suroeste de nuestro Estado convergen distintos paisajes. Durante la historia antigua de México Tamaulipas fue un corredor de la migración humana. Más tarde fue uno de los escenarios donde se dio la domesticación del maíz. “En tres regiones de su territorio se desarrollaron pueblos pertenecientes al patrón cultural de Mesoamérica: la sierra de Tamaulipas, la Sierra Madre Oriental y la Huasteca” (Octavio Herrera, Breve Historia de Tamaulipas, 1999).
La Huasteca Tamaulipeca floreció a lo largo de la cuenca baja del Guayalejo-Tamesí, en los valles intermontanos de la Sierra Madre y en una pequeña área del altiplano. “El grueso de las ruinas –afirma don Joaquín Meade– se encuentra en la zona huasteca del sur del estado con una marcada extensión hacia el altiplano en la región de Tula de Tamaulipas”.
Al principio se creyó que Tammapul pertenecía a la cultura huasteca, pero tras la exploración los arqueólogos se dieron cuenta que su configuración es diferente al resto de las culturas que existen en Tamaulipas. “Nos queda mucho por saber”, me dirá después Gerardo Vázquez, coordinador del patrimonio histórico de la zona.
Cerca de la pirámide ha crecido un árbol de zapote. La gente lo rodea. Los niños se solazan y dejan ir entre las ramas miradas curiosas.
Mientras me voy alejando por el camino empedrado empieza a correr un aire fresco. Por la noche el viento alzará nubecillas de polvo y acaso la niebla agite sus alas. ¿No te gustaría verlo?
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario