Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 23 de ferero de 2010.
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En estos días los poetas hacemos los viajes por internet. En nuestros ratos libres buscamos en el ciberespacio algo de la emoción que sintió Nerval en su expedición al Oriente. “Partir es madurar un poco –afirma Villaurrutia en su prólogo a la versión castellana de la novela Aurelia, escrita por aquel romántico francés–; dentro o fuera de la alcoba, lo que importa es trasladarse, perderse, encontrarse: viajar”.
Leí estas líneas cuando andaba en mis veintidós, en un volumen de Ediciones Coyoacán. Como suele suceder a dicha edad, me lo tomé literal. Así, empaqué mis cosas y tomé un autobús.
Llevaba una pequeña libreta de apuntes y comencé lo que entonces no sabía que llegaría a ser uno de mis proyectos de vida: escribir acerca de la tierra, de los pueblos, de los mitos. Como no soy antropóloga ni historiadora, podía darle mucho espacio a las impresiones sensoriales. Lo que ansiaba era la Poesía.
Y parafraseando a Lennon, como la vida es lo que nos va sucediendo mientras nos empeñamos en hacer planes, a la par que daba clases en un tecnológico y me movía entre Veracruz y Tamaulipas, empecé a recorrer, también, los paisajes de mi memoria. Mi primer libro, Tiempo sin orillas, se gestó “a lápiz” en los asientos de “las panteras”.
Por ahí de 2005 comencé una serie –en un canal local de Tantoyuca– de documentales acerca de la Huasteca: “Viajes por el país Serpiente”, una iniciativa independiente que tuvo cuatro emisiones.
Leí estas líneas cuando andaba en mis veintidós, en un volumen de Ediciones Coyoacán. Como suele suceder a dicha edad, me lo tomé literal. Así, empaqué mis cosas y tomé un autobús.
Llevaba una pequeña libreta de apuntes y comencé lo que entonces no sabía que llegaría a ser uno de mis proyectos de vida: escribir acerca de la tierra, de los pueblos, de los mitos. Como no soy antropóloga ni historiadora, podía darle mucho espacio a las impresiones sensoriales. Lo que ansiaba era la Poesía.
Y parafraseando a Lennon, como la vida es lo que nos va sucediendo mientras nos empeñamos en hacer planes, a la par que daba clases en un tecnológico y me movía entre Veracruz y Tamaulipas, empecé a recorrer, también, los paisajes de mi memoria. Mi primer libro, Tiempo sin orillas, se gestó “a lápiz” en los asientos de “las panteras”.
Por ahí de 2005 comencé una serie –en un canal local de Tantoyuca– de documentales acerca de la Huasteca: “Viajes por el país Serpiente”, una iniciativa independiente que tuvo cuatro emisiones.
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Continué viajando, a través de las carreteras y de las bibliotecas, con el deseo de llegar a escribir un poemario sobre la Huasteca. Recuerdo a gente sensible, por ejemplo, el encargado del museo de sitio, en Castillo de Teayo, un hombre de mirada afable llamado Víctor Manuel, a quien prometí un ejemplar del anhelado libro.
En el rancho “El Consuelo”, junto al altar de Tamohi, conocí a un señor risueño, vestido con todo el ajuar de explorador. Médico retirado y viajero irremediable, se había propuesto visitar “todas las zonas arqueológicas del país”. Dijo que se llamaba Víctor Rejón, que era del sur, que le gustaba escribir (después me enteraría que es Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta). Un par de meses después, recibí en mi domicilio una novela de su autoría, que me prometí leer a pesar del título: Sólo para varones.
Finalmente dejé salir a la luz, en publicaciones periódicas, los poemas de aquella época bajo el rubro de Páginas rituales del silencio.
El tiempo pasó. Tuve un hijo. Publiqué mi primer poemario. Comencé a soñar, otra vez, con realizar aquel proyecto literario. Pensé en un nombre: Imágenes de la fertilidad: canciones al hijo del viento. El mes pasado recibí la notificación del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes de que había resultado beneficiada en el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico 2010, en la categoría de Jóvenes Creadores. Esto me permite ahora escribir el libro sobre la Huasteca.
¿Quieres acompañarme en el viaje?
Continué viajando, a través de las carreteras y de las bibliotecas, con el deseo de llegar a escribir un poemario sobre la Huasteca. Recuerdo a gente sensible, por ejemplo, el encargado del museo de sitio, en Castillo de Teayo, un hombre de mirada afable llamado Víctor Manuel, a quien prometí un ejemplar del anhelado libro.
En el rancho “El Consuelo”, junto al altar de Tamohi, conocí a un señor risueño, vestido con todo el ajuar de explorador. Médico retirado y viajero irremediable, se había propuesto visitar “todas las zonas arqueológicas del país”. Dijo que se llamaba Víctor Rejón, que era del sur, que le gustaba escribir (después me enteraría que es Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta). Un par de meses después, recibí en mi domicilio una novela de su autoría, que me prometí leer a pesar del título: Sólo para varones.
Finalmente dejé salir a la luz, en publicaciones periódicas, los poemas de aquella época bajo el rubro de Páginas rituales del silencio.
El tiempo pasó. Tuve un hijo. Publiqué mi primer poemario. Comencé a soñar, otra vez, con realizar aquel proyecto literario. Pensé en un nombre: Imágenes de la fertilidad: canciones al hijo del viento. El mes pasado recibí la notificación del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes de que había resultado beneficiada en el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico 2010, en la categoría de Jóvenes Creadores. Esto me permite ahora escribir el libro sobre la Huasteca.
¿Quieres acompañarme en el viaje?
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