Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Domingo 9 de agosto de 2009
¡Qué ganas de no salir de Xilitla! No hay colores más intensos que el verde y el azul de su corazón. Un verdadero cuadro impresionista. ¿Qué habría pintado Monet de haber vivido aquí?
“Lugar de caracoles” es el nombre que los nahuas le dieron a este pueblo que antes había sido llamado Taziol, por los huastecos. Nos encontramos en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental, a un saltito de los estados de Hidalgo y Querétaro, en San Luis Potosí.
Cuando uno ve la Estrella Matutina ardiendo a la mitad del cielo no puede sino dejarse caer sobre la hierba, abrir los brazos como un árbol, beberse el amanecer a sorbos lentos y pausados.
Los hombres saludan al pasar junto a nosotros. Una voz fresca y familiar, como si nos conocieran desde hace años. Las nubes, que por la noche bajaron a descansar entre los cerros, ascienden, silenciosas y tranquilas. Nuestros ojos no acaban de asombrarse.
El Ex Convento Agustino está en pie, desde el siglo XVI, esperando a que entremos. Sus almenados muros olorosos a sangre, ceniza y pólvora guardan las agitadas voces del tiempo. Escenario de intensas batallas que van de los ataques chichimecas a la guerra Cristera.
Caminemos ahora por la plaza, donde expanden sus dominios el musgo y el rocío. La gente ha puesto el café desde temprano. Los aromáticos granos cultivados en esta región viajarán a lo largo de la Huasteca (y lugares distantes). Llegarán a nuestra mesa, en Tampico, mezclados con los de otras zonas del país.
¿Quieres algo surrealista?, ¿ir del reino de la luz al del sueño y el delirio? Vayamos a Las Pozas, toquemos el agua cristalina que pule los guijarros, subamos por las escaleras del Castillo. Puertas que dan hacia otras puertas. Habitaciones sin paredes. Flores de piedra. Escalinatas que se fracturan en el vacío. Es el jardín de los deseos, nacido de la imaginación del europeo Edward James hace más de medio siglo.
No cesa el rumor de las cascadas. El perfume antiguo de la selva.
Aquí no hay fronteras entre la realidad y el mito.
Qué ganas de quedarme en Xilitla. Acostada boca arriba en un lecho vegetal. Ser de humo y arena. Planta silvestre que se abre a la polinización.
Mira el firmamento. Hemos caminado todo el día. El crepúsculo tiñe de rojo el horizonte. ¿Qué tal si esperamos a que emerja otra vez del silencio la Estrella Matutina?
¡Qué ganas de no salir de Xilitla! No hay colores más intensos que el verde y el azul de su corazón. Un verdadero cuadro impresionista. ¿Qué habría pintado Monet de haber vivido aquí?
“Lugar de caracoles” es el nombre que los nahuas le dieron a este pueblo que antes había sido llamado Taziol, por los huastecos. Nos encontramos en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental, a un saltito de los estados de Hidalgo y Querétaro, en San Luis Potosí.
Cuando uno ve la Estrella Matutina ardiendo a la mitad del cielo no puede sino dejarse caer sobre la hierba, abrir los brazos como un árbol, beberse el amanecer a sorbos lentos y pausados.
Los hombres saludan al pasar junto a nosotros. Una voz fresca y familiar, como si nos conocieran desde hace años. Las nubes, que por la noche bajaron a descansar entre los cerros, ascienden, silenciosas y tranquilas. Nuestros ojos no acaban de asombrarse.
El Ex Convento Agustino está en pie, desde el siglo XVI, esperando a que entremos. Sus almenados muros olorosos a sangre, ceniza y pólvora guardan las agitadas voces del tiempo. Escenario de intensas batallas que van de los ataques chichimecas a la guerra Cristera.
Caminemos ahora por la plaza, donde expanden sus dominios el musgo y el rocío. La gente ha puesto el café desde temprano. Los aromáticos granos cultivados en esta región viajarán a lo largo de la Huasteca (y lugares distantes). Llegarán a nuestra mesa, en Tampico, mezclados con los de otras zonas del país.
¿Quieres algo surrealista?, ¿ir del reino de la luz al del sueño y el delirio? Vayamos a Las Pozas, toquemos el agua cristalina que pule los guijarros, subamos por las escaleras del Castillo. Puertas que dan hacia otras puertas. Habitaciones sin paredes. Flores de piedra. Escalinatas que se fracturan en el vacío. Es el jardín de los deseos, nacido de la imaginación del europeo Edward James hace más de medio siglo.
No cesa el rumor de las cascadas. El perfume antiguo de la selva.
Aquí no hay fronteras entre la realidad y el mito.
Qué ganas de quedarme en Xilitla. Acostada boca arriba en un lecho vegetal. Ser de humo y arena. Planta silvestre que se abre a la polinización.
Mira el firmamento. Hemos caminado todo el día. El crepúsculo tiñe de rojo el horizonte. ¿Qué tal si esperamos a que emerja otra vez del silencio la Estrella Matutina?
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