Literatura & Psicología

10.5.19

Fronteras e identidad

La identidad se construye a través de un circuito entre el individuo y su cultura. El otro (su mirada) nos complementa, nos da el reflejo necesario para definir el Yo. Esa es la reflexión que ha sustentado mi viaje, la poesía reunida dentro del libro que presenté este mes en La UNAM San Antonio, Texas. Imágenes de la fertilidad. Canciones al hijo del viento (ITCA, 2016) fue un proyecto becado por el Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico en Tamaulipas, donde conjugué historia, mito y poesía sobre la Huasteca. Mi propósito fue integrar, en poemas, algunos de los símbolos de la cosmogonía teenek (etnia principal en esta zona) a elementos de la posmodernidad, sin soslayar expresiones de otras etnias que cohabitan en la región, en un marco de sincretismo y mestizaje. Esta escritura expresa una necesidad de comprender mi origen, como mujer de ascendencia nahua, el otro grupo étnico mayoritario de la Huasteca. Mi madre, Petra, y mi abuela, Eusebia, son originarias de la comunidad de Tezizapa (derivado de "huevos en el agua", en náhuatl), perteneciente al municipio de Chicontepec, Veracruz. 
Nahuas y teenek han tenido una larga convivencia desde hace varios siglos y es fácil apreciar la transculturación que existe entre ambos grupos, en la Huasteca veracruzana, donde crecí.  
El lugar donde nací fue Ciudad Madero, parte de la huasteca tamaulipeca; allí, en el sur de Tamaulipas, han desaparecido los grupos indígenas, aunque es posible encontrar individuos dispersos, como es propio de nuestra época. A pesar de la urbanización de la zona, la memoria sigue hablándonos en la pirámide de las flores, la única que ha sido preservada de un complejo arquitectónico teenek, cerca de la laguna del Chairel, en Tampico. El resto del terreno donde se encuentra el asentamiento huasteco fue ocupado por construcciones modernas.
Durante el tiempo que estuve escribiendo el libro visité poblados, bibliotecas y zonas arqueológicas del Huaxtecapan, a fin de amalgamar una parte de su riqueza en imágenes poéticas. Aunque crecí allí, la multiculturalidad de la región me hizo necesario viajar para resignificar mi experiencia. Es tarea imposible abarcar la complejidad de sus símbolos en unas páginas, pero intenté hacer una síntesis, echando mano de la antropología pero con mi visión como poeta.   
La manera en que la historia se superpone en las sociedades, dificultando la construcción de la identidad de sus miembros, es un conflicto que he visto repetirse, en distintas dimensiones culturales. Nuestra historia no es lineal, tenemos guerras, conquistas, cambios de nacionalidad, de nombre, de religión. En el estado de Texas es especialmente fuerte esta percepción de la otredad, al mismo tiempo hay un reflejo intenso en el otro y una gran necesidad de descubrirse. 
"¿Quién soy?" es una pregunta que pude palpar con facilidad en el ambiente chicano.
Para mí fue particularmente intenso ver por primera vez la misión del Álamo (hablando de símbolos), era como haberme caído al otro lado del espejo donde todo está invertido. Pero una vez pasada esa primera impresión de desasosiego (algo similar a la impresión que tuve cuando, siendo muy joven, leí la Visión de los vencidos) lo que sentí fue una inmensa necesidad de comprender la naturaleza humana. ¿O no eran estos hombres y mujeres que caminaban por aquellos pasillos, tan humanos como yo?, ¿tan necesitados de un sentido de la vida como cualquier otra persona? Acaso la diferencia radicara en que ellos parecían encontrar tal sentido glorificando esos muros, repitiendo la versión oficial de la historia de su país, y yo hace mucho dejé de encontrar el sentido de mi existencia en los dogmas, los héroes y los monumentos. Tal vez. No estuve allí demasiado tiempo para saberlo, aunque ¿acaso no es más nítida, en algunas cosas, la visión del recién llegado a un pueblo que la de aquel que ya se mimetizó con su paisaje urbano? 
Me pareció curioso (por ponerle un adjetivo) encontrar a la Guadalupana en las misiones franciscanas de San Antonio. Sé que es normal, pues estas fueron fundadas durante el Virreinato de la Nueva España, pero no deja de envolverme una estela de extrañeza al verla, ahí, en los Estados Unidos. Porque la Guadalupe es nuestra Tonantzin mesoamericana que no ha abandonado a los hijos del quinto sol. El Sol de movimiento que, según los antiguos, habrá de acabarnos. Quizá mis reflexiones suenen un tanto ingenuas para quien está habituado a vivir en esta frontera, pero no puedo evitar hacerlas. Como no pude evitar enmudecer la primera vez que estuve en suelo europeo. No sé bien por qué enmudecí, si fue un efecto del estrés de tanto correr por los aeropuertos, si fue un rezago de angustia debido a mi mal inglés, con el que me vi obligada a interactuar al no hallar en una parte del trayecto otros hablantes del español; no sé si fue, incluso, un refugio ante lo desconocido, una defensa instintiva. La lengua es un puente para comunicarnos, pero también una frontera. Uno se puede encerrar adentro de su lengua para refugiarse, para que el otro no entre en mí y me hurte mi identidad.
El teenek, por ejemplo, tiende a ser más hermético en su cultura que el nahua. Este último parece integrarse con mayor frecuencia a la posmodernidad. Y en esa actitud de ambos grupos hay un trasfondo histórico. Somos el producto de nuestra memoria, tanto como la memoria es una construcción en la que el mito y la historia se conjugan.
El español es la lengua que me dieron mis padres. Mi madre me cortó la lengua al nacer, la otra, la que me permitía hacer el puente con mi origen más remoto, seguramente porque ya no parecía útil en mi contexto inmediato, pero ahora yo estoy reconstruyendo en mí un nuevo lenguaje, en el que incluyo la palabra de mis ancestros y la palabra del conquistador, esta última a la manera que refiere Janet McAdams cuando habla de los poetas indígenas estadounidenses que escriben en inglés: "con un fuerte sentido canibalesco".
He usado la propia lengua del conquistador en el proceso de deconstruirrme, para liberar esa parte mía que le pertenece a los pueblos originarios, a los que no les fue permitido continuar su evolución, con sus recursos. Estoy consciente de que no voy a volver a un estado de "pureza" cultural. Una lengua es una forma de pensar, una configuración del mundo; yo he vivido pensando en español, con las estructuras lingüísticas del español, con los métodos y la lógica del español. Ahora, aproximarme a otras estructuras lingüísticas amplía mi visión. Este proceso, pues, tiene que dirigirme no hacia un ideal maniqueo sino hacia mí misma, y yo no soy un ser "puro", soy un ser híbrido. Mi objetivo es la integración, la comprensión del otro en la medida en que me comprendo a mí, y de mí misma en la medida que soy capaz de entrar en el mundo del otro. Conocer a mis hermanos teenek, recordar a mis abuelos nahuas, asumir mi mestizaje, me conduce a mi destino en el amplio sentido analítico: llegar a ser lo que se es.

Misión de La Concepción. 

Auditorio de la UNAM San Antonio durante la conferencia Teenek bichou, fronteras e identidad.

 Día uno del taller Ritualidad, mito y poesía. El lenguaje como memoria. 
Día 2 del taller.
  Día tres.
 Con Verónica Cardona por el río San Antonio.
Jardín japonés.
 Bambú

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