Literatura & Psicología

18.2.19

El viaje

De lo ordinario, el amor y la memoria


Mi alma es susceptible a incendiarse con las imágenes más breves y ordinarias. He tenido grandes revelaciones acerca de mi existencia observando el minucioso movimiento de una hormiga que lleva sobre su lomo el peso de una hoja; he llorado con amargura ante una polilla que accidentalmente cruzó un chorro de agua, he reconocido todo el ciclo de la vida y de la muerte en sus alas deshechas; he entrado en éxtasis por contemplar la testa escarpada de un cuerpo montañoso o al ver las nubes saludando al horizonte desde la ventana de un autobús. No soy de las personas que pueden salir de casa una mañana y volver iguales por la tarde (y me pregunto si, en realidad, hay gente así o simplemente ocultan su transmutación): la calle, los rostros, las siluetas, los autos, los pájaros, todo me parece el signo exacto de una cartografía magnífica, no pocas veces estridente, abigarrada. No salgo mucho, en realidad, soy consciente de cuánto me afecta cada imagen, cada sensación, cada aroma. Por eso a donde llego, construyo un refugio, me rodeo de silencio, de libros, de serenas estatuillas para aquietar las aguas interiores. Y me gusta dar de beber de estas aguas a algún sediento. Y cuando yo he tenido sed, alguien me lleva de la mano a una fuente nueva. Porque la vida es reciprocidad, no puedo verla de otro modo.

He viajado por mi país y he cruzado, alguna vez, al norte y al sur sus fronteras. Y cada viaje ha sido un ritual, una purificación y una búsqueda. Reconozco mi propia fragilidad, es tan delgada esa línea entre la racionalidad y el instinto, entre la cordura y el extravío. Reconozco en cada ser humano un océano inmenso a menudo inexplorado; quieto o tormentoso, al final, mi espejo. 


Ahora estoy a punto de cruzar el Atlántico, mi mar, yo nací en la costa, en esa costa, y ahora podré ir del otro lado. Tuve mis reservas para un vuelco de esa magnitud. Aunque, en esencia, el viaje es siempre interior; el viaje es siempre en el tiempo (aunque el tiempo sea una ilusión o una sucesión de instantes estáticos o una dimensión elongada) y a través de la consciencia: ¿qué diferencia hay entre cruzar un océano y cruzar el pasillo de mi casa?, ¿entre mirar por la ventana de mi cocina y la ventana de un avión?, ¿qué diferencia hay, no en esta escala del fractal en la que nos percibimos, sino en esa diminuta longitud de la espuma cuántica? 

Podría simplemente hacer mi maleta y no elucubrar. Pero ni siquiera cuando salgo a la tortillería dejo de preguntarme acerca del sentido o el accidente de estar aquí, de ser yo y no un manatí, por ejemplo, o mi vecina; luego veo que esa percepción de ser otra es tan ilusoria como el tiempo, en la región del alma (la psique) pasado y futuro no tienen significado, todo es un eterno presente y todos somos uno.

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