¿Hay un campo
semántico propio de nuestro género dentro de la literatura? Si la respuesta es
un “sí”, valdría preguntarnos qué tanto somos capaces de aprehenderlo. Para
apreciar el universo femenino, sus metáforas y abismos, no basta con que más
mujeres estemos escribiendo o publicando; es una cuestión de cómo nos hemos
acostumbrado a pensar y a interpretar la realidad. ¿Hasta qué punto prevalecen viejos
esquemas, tanto en los editores como en los lectores y hasta en las mismas
escritoras?
Sin pretender sacar
conclusiones absolutas y, a falta de una estadística minuciosa, quiero referir
algunos hallazgos.
Hace poco más de un
mes, husmeando por la red me encontré con los 10 libros más vendidos del Fondo
de Cultura Económica; sólo uno es de una autora, los otros nueve son obras
escritas por hombres. De los títulos recomendados por esta misma casa
editorial, al momento de mi consulta, todos son de escritores varones. Me asomé
en seguida a la página de Alfaguara (México), que ofrece 47 novedades de las
cuales únicamente 9 son obras escritas por mujeres. Podría citar más y más
ejemplos, la cosa no varía demasiado.
Por curiosidad me detuve
un poco en estas nueve autoras. Dos son mexicanas, el resto de países diversos.
Sus fechas de nacimiento se enmarcan entre las décadas de los 50 y los 80. La
temática incluye la novela romántica o de drama y el relato autobiográfico. Me
impacta la confesión de la colombiana Piedad Bonnett en Lo que no tiene nombre:
el suicidio de su hijo. Celebro la iniciativa de la francesa Agnès Martin-Lugand, quien, tras recibir
numerosas negativas de las editoriales, decidió autoeditarse; su libro La
gente feliz lee y toma café consiguió tal éxito de ventas que pronto una gran
editorial le compró los derechos.
Sin pretender
valoraciones totalitarias, estos datos me conducen a un par de reflexiones:
primero, la mujer aún tiene mucho qué decir, desde un universo que abarca temas
hasta ahora considerados tabús y rodeados de oscuridad; no es que sean
“nuevos”, sino que se les revisa desde otra perspectiva. ¿Quién no ha dicho
algo sobre el suicidio? David Hume y Albert Camus abordaron la discusión acerca
del derecho a ejercerlo. Herman Hesse lo elevó a una naturaleza. Sylvia Plath
lo volvió poesía. Con todo esto, narrar la experiencia desde el punto de vista
de la madre, ofrece ángulos poco estudiados en casi siete mil años, del origen de la escritura.
En segundo lugar,
cada vez se hacen más frecuentes las iniciativas independientes para publicar y
promover la obra literaria, al margen de los monopolios editoriales, lo que
representa una nueva puerta para –usando las palabras de Romina Cazón– “todas
las que escribimos con el útero y desde el útero”.
Imágenes: superior izquierda, Piedad Bonnett; a la derecha, Agnès Martin-Lugand.
Buenas observaciones, como siempre. La cosa es que históricamente las mujeres tenemos mucho menos tiempo escribiendo que los hombres, así que 9 entre 47 puede sonar poco, pero es algo, tomando en cuenta que los hombres escriben desde el principio de nuestra civilización, y las mujeres, oficialmente -tomemos la publicación como ese ritual que hace "oficial" una escritura ante la sociedad- han estado escribiendo apenas desde el siglo XVIII. Así que vamos bien... tampoco se trata de competencia, hay hombres que han escrito con sensibilidad femenina o enalteciendo a la mujer y eso también es bueno.
ResponderEliminaren el batir de las urbes bostezan embriagueces manieristas
ResponderEliminarella matea con garnacha cócteles molotov en la noche americana
en jaspe abisal a toda batuta
y se acaricia y acaricia a los qoe la acarician
Prohibida manera de volar en circo
Pero el juego de neones la inunda
y con un ensamble andalúz traduce Japón
Heterótica Cinderella en el Cielo 69
en estrelladas playas en limbos andurriales
en aras de Segismundas horquetas a sotavento
en un hontanar de fontanas miguelangelescas
Panorámicamente despalabrada
desembuchando acorbatadas comemonjas
desde báquinas norias
en éste cielo violeta en ésta noche turqueza
espiraladas burbujas de tumulares melopeas
sándalo y médano los aquelarres de Pehuén Co