Literatura & Psicología

3.11.11

El sentido ritual y carnavalesco del Día de muertos

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Miércoles, 2 de noviembre de 2011.
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Hace unos días platicaba con Carmen Amato, escritora de Ciudad Juárez, Chihuahua –y, además, estimada amiga–, sobre las coloridas fiestas de Xantolo que se realizan en varias partes de la Huasteca. Me preguntó si tanta cercanía con el símbolo de la muerte no le daba miedo a la gente. “Más bien uno se familiariza con ella –respondí–, uno la ve como cosa natural, como parte de un ciclo”.

Al menos, así ha sido la mayor parte del tiempo, debido a nuestra herencia espiritual prehispánica, vigente en muchos pueblos. Los Teenek de la huasteca potosina y veracruzana, por ejemplo, conservan gran parte de sus tradiciones.

Aproveché la ocasión para contarle a Carmen que en lugares como Tantoyuca y Tempoal, Veracruz, desde hace más de quinientos años se baila –ahora, ya, con el sincretismo entre cristianismo y posmodernidad– la “danza de los viejos”. Sus cuatro personajes principales encarnan, precisamente, este ciclo: el vaquero, quien dirige la “cuadrilla” de danzantes, representa el trabajo y el esfuerzo diarios; la mujer embarazada, la vida nueva; el Demonio, el mal en la humanidad y, por último, la Muerte marca el fin de un periodo vital.

Por supuesto, a lo largo de los siglos, los festejos mesoamericanos han adaptado sus fechas y sus formas a las del catolicismo.

En la antigua Mesoamérica la muerte era también signo de renovación. Debía morir la noche para que naciera el día; debía morir el invierno antes de nacer la primavera; debía morir una Era para que emergiese otra.

Claro que los hechos actuales en nuestro país hacen que la imagen de la Muerte, mascarada y juerga, tome un carácter, no como conclusión de un período de crecimiento y reproducciones, sino como voraz perseguidora.

En Ciudad Juárez, donde las calles cuentan historias sangrientas y los postes miran con ánimo luctuoso a los transeúntes, es difícil concebir a la muerte desde otro ángulo que no sea el de la violencia.

Luego de haberme escuchado hablar sobre los altares, las ofrendas y las ánimas, me preguntaba Carmen si acaso, en medio de un culto como éste, la gente contaba historias de “aparecidos”. En efecto, le dije, muchos hablan de familiares muertos que los visitan, de voces y sombras en los caminos reales, de maldiciones que caen sobre quienes son escépticos o irrespetuosos con los difuntos.

Me pareció ver un destello en los ojos de mi amable interlocutora, quien tuvo el buen gesto de pedirme más datos para poner un post en su blog (http://iluminadoelmundoyyodespierta.blogspot.com/), los cuales prometí enviarle pronto.

El sentido ritual o el carnavalesco pueden prevalecer en uno u otro pueblo, durante las fiestas de Xantolo. Con frecuencia, el mexicano enfoca sus temores –y qué temor más primitivo y totalitario que la muerte– desde un humor religioso, quizá para soportar mejor la filosa dentellada de la Realidad.

Pero al margen de estas disertaciones filosóficas, que seguramente muchos sesudos investigadores harán mejor que yo, me dispongo a disfrutar, en estos días, los amarillosos perfumes del Cempasúchil, las volutas del copal, el chocolate molido y la música de viento.


1 comentario:

  1. El manejo de la palabra es otra forma de artesanía, de creación, de arte. Mar y Sol, las palabras son tus hijas. Gracias por compartir.

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