Literatura & Psicología

28.6.11

El hombre que se crea a sí mismo

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 21 de junio de 2011.
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En la mitología nahua, Ometeotl es el dios de la dualidad, en él se integran lo tangible y lo intangible, lo visible y lo invisible, lo masculino y lo femenino. Es el principio creador de la vida. De esta dualidad surge para el ser humano la posibilidad de ejercer su libre albedrío.
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Otro de los nombres de esta deidad es Moyocoyani “el que se creó a sí mismo”. De acuerdo con nuestros ancestros nahuatlatas, lo que da origen al mundo es el propio Pensamiento. El dios comienza a existir cuando “se piensa”. Una reflexión que nos hace recordar la máxima de Descartes: “Pienso, luego existo”.
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Asociamos las actividades intelectuales –y la fuerza física– con lo masculino, y la belleza con lo femenino. Odiseo es el símbolo por excelencia del ingenio, el guerrero que gana batallas contra cíclopes y lestrigones sin usar otra arma que su intelecto creativo. La fuerza física y la gallardía en el combate cuerpo a cuerpo serán representadas por héroes como Aquileo. Mientras se ensalza la hermosura y discreción de Penelopea y la fatídica beldad de Helena.
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El hombre es el ser pensante en tanto la mujer es el ser eternamente inmaduro que, precisamente por esa exquisita inocencia que le da su ignorancia, puede apacentar a su compañero. Es ésta la concepción de Schopenhauer de la cual, me parece, no nos hemos alejado demasiado.
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Dentro del discurso del filósofo hay un gran acierto: las mujeres vivimos más en el presente que los hombres, pero no por esa inmadurez que él refiere, sino por la virtud de contemplar el todo en la semilla. Cada segundo es la mies de los días que abrirán su fronda espesa en el camino (ahora nuestra época le está arrebatando a la mujer esta capacidad, la viriliza, desterrándola del instante).
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La Era de la Información –en la que, en efecto, hay bastante información, pero escaso conocimiento de uno mismo– nos obliga a llevar un ritmo rápido de vida, y a volvernos híbridos en muchos sentidos.
Hay aspectos positivos: las mujeres nos descubrimos poseedoras de una capacidad creativa más allá de nuestro papel de madre y esposa. Como Isis, la deidad egipcia, podemos también engendrar símbolos, palabras, ideas.
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Crece, cada vez más, el número de hogares mantenidos por mujeres. Sin embargo, en países como el nuestro harán falta varias décadas para dejar de lado esta idea subyacente –expuesta por Rogelio Díaz Guerrero en su investigación sobre la psicología del mexicano– de que tener una niña y no un varón es “mal negocio”.
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¿Significa esto que el papel del padre –en toda su extensión, como proveedor del hogar, brazo fuerte y protector– se ha de poner en desuso? Más bien, es éste un momento histórico en que el hombre debe re-pensarse, reinventarse como el dios de la antigüedad que se hace existir a sí mismo.
No soy feminista. Creo que la dualidad femenino-masculino, bien equilibrada, es necesaria en el desarrollo de una civilización, cuyo núcleo es la familia –incluyendo las familias donde existan modos de vida alternativos.
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Por ello, aunque un poco tarde, doy mis felicitaciones a todos los hombres que son padres –no sólo al que engendra, sino al que mantiene, al que educa– y a todas las mujeres que la hacen de madre y padre a la vez en este caos cotidiano.

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