Literatura & Psicología

19.4.10

Altamira 16

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Quién no recuerda el inicio de “Berenice”, de Poe –pasado por el genial ojo de Cortázar–, aquello de que “la desdicha es diversa”. La desgracia despliega sus colores sobre el horizonte como el arco iris.

Dos siglos después del nacimiento del bostoniano, las distancias y los gustos entre la gente parecen acortarse: incluso la tragedia se van homogenizando, adquiere ante las masas un rostro matemático, traducido en números más que en emociones. Pero cuando ocurre en nuestro barrio, en la acera de enfrente, en la ruta que nos lleva a nuestro trabajo, toma nuevas dimensiones, un oscuro y mórbido sentido de pertenencia.

Podemos decir como Avedoy en su Ergonomía tijuanosinaloense: “Nos unifica la zozobra”.
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Me gustaría hablar de la perversidad inherente a la historia humana. El tema resultaría demasiado amplio. Hasta pasado de moda. Quizá, ya ni siquiera quede un mínimo sentido estético para referirnos a los valores comparativos entre los crímenes, a la manera de Quincey.

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Los puentes y las calles (no los árboles) del sur tienen una fruta extraña.

Es otra la semilla de esta cosecha amarga.

Es otra la semilla.

El horror, aunque ostenta una cara particular en cada caso, coincide siempre en la dosis de irrealidad que nos inyecta; en su cualidad no de inevitable, sino de inesperado.
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