Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, jueves 9 de octubre de 2014.
Recuerdo,
cuando era niña, mientras mi abuela hacía tortillas yo solía jugar con un poco
de masa, ante lo cual ella me regañaba: no hagas eso, niña, porque es la carne
de Dios. Ahora me parece una reminiscencia de la antigua religión
mesoamericana, que muestra el peso en la consciencia colectiva de los ritos que
configuraron nuestra civilización: la agricultura.
El historiador Enrique
Florescano expone la idea de que el numen primordial de Mesoamérica fue el
mismo grano de maíz que, con los años, se antropomorfizó en distintas advocaciones
para representar, metafóricamente, el ciclo de la fertilidad: nacimiento,
muerte, renacimiento.
Mesoamérica
es una civilización originaria: nació y se desarrolló de manera independiente, con
recursos propios, al igual que Mesopotamia. Nuestra identidad y nuestra
configuración física y psíquica están íntimamente ligadas a la domesticación
del maíz. ¿Por qué no defender este alimento milenario?
Hace
unos años leí en la revista “Ciencias”, de la UNAM, los beneficios del maíz
transgénico, entre los que se enumeraba el de preservar sus diversas especies.
México se estaba perdiendo la oportunidad de mejorar su flora, al no haber
echado a andar todavía esta iniciativa, algo así. Dicha tecnología parecía
esencial para el futuro abastecimiento mundial de alimentos y de materias
primas. La verdad es que este auge de alimentos genéticamente modificados ha
acelerado la pérdida de la diversidad y de la soberanía económica.
La
manipulación genética no es nada nueva, existe desde que los seres humanos
comenzaron a seleccionar animales, semillas y frutos para alimentarse. Pero,
ante la creciente urbanización, con una población cada vez mayor sobre una
tierra donde el suelo es menos fértil y el clima ha dejado de ser predecible,
las prácticas ancestrales no son suficientes.
La
bióloga Mané Salinas Rodríguez lo explica así: “A partir de esta demanda la ingeniería
genética ha dado un brinco, por así decirlo, a través de los alimentos
genéticamente transformados o modificados; por ejemplo, tengo una tomatera
criolla que naturalmente sólo da tomates en verano y muere en invierno porque
no es una planta resistente a las heladas, pero yo quiero salsa de tomate en
diciembre, ¿qué hago?, pues coloco genes de un pez ártico en el entramado
genético del tomate y ¿qué queda?, una tomatera mitad planta y mitad animal que
es capaz de dar tomates a 3 grados centígrados. Lo mismo con el maíz, al que se
le ha incorporado el gen de una bacteria gram positiva llamada bacillus
thuringensis (Bt), que naturalmente vive en suelo y es letal para plagas como
mosquitas y polillas, entonces tenemos un maíz con genes de bacteria”.
Pero
¿hay riesgos al consumir estos súper alimentos?
Al
primer vistazo, el panorama ofrecido por los alimentos genéticamente transformados es
prometedor: pueden resistir heladas, insolaciones, plagas, y combatir el hambre
mundial. ¿Cómo no aprobar esta maravilla?
Voy
a citar cuatro riesgos:
1- ¿Podrían
los súper alimentos afectar nuestro propio genoma? No hay ningún estudio que
revele los efectos a largo plazo de esta manipulación deliberada.
2-
El ADN modificado puede infectar el ADN criollo y transformar o extinguir los
cultivares ancestrales. En México se han detectado contagios de maíces Bt, originalmente
plantados en los EE.UU. No sólo se afecta a los organismos nocivos, también se ponen
en peligro muchos organismos beneficiosos para la agricultura.
3- Los
transgénicos tienen patente y se encuentra en manos de unas cuantas empresas.
4-
Se está promoviendo una ley de semillas que obligue a los campesinos a utilizar
únicamente semillas transgénicas mejoradas.
De acuerdo
al Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones
Agro-biotecnológicas (ISAAA), en 2008, en 25 países, se cultivaron con fines
comerciales unos 125 millones de hectáreas de plantas modificadas
genéticamente: aproximadamente el 8% de toda la superficie agrícola cultivada
en el mundo. El 99% de estos cultivos se concentra en ocho países, principalmente
en EE.UU.
¿Y por qué el grueso de la población no está bien enterada de
estos menesteres? Simple, porque los estudios independientes sobre los efectos
de los transgénicos son escasos y por otra parte, mucha de la información permanece
inaccesible para las masas.
“Estamos –dice Mané Salinas– en una
brecha entre alimentar a la humanidad creciente o respetar los ciclos
naturales. Cada quien tendrá la última palabra, pero mientras se avance en la
transformación de la agricultura y lleguemos a resultados desastrosos, la
naturaleza no tiene un botón de reinicio, y sin embargo los cultivares
ancestrales han funcionado desde hace miles de años sin fallas”.
No
quiero ser pesimista, siempre he confiado en la ciencia, pero desconfío de los
gobiernos y de las corporaciones. Bien apunta el lingüista Noam Chomsky que una de las
estrategias de manipulación a través de los medios es “hacer que el público sea incapaz de comprender las
tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud”.
¿Qué
podemos hacer? Consumamos productos (incluyendo la ropa de algodón) que sean
orgánicos, apoyemos una explotación agrícola compatible con la naturaleza y
apelemos porque se establezcan normas internacionales vinculantes sobre
responsabilidad y reparación de daño en el uso de los transgénicos.
Dejo aquí este artículo con más información: Cultivos transgénicos y biodiversidad
Excelente!!! :)
ResponderEliminarBonita cosa: carne tratada con hormonas, vegetales en trangénesis que no es tal si no fuera de la unión de cotiledones de una raza y otra de maíz, por citar un ejemplo. Conclusión: nos quieren matar de hambre.
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