Literatura & Psicología

11.9.14

Los libros de mi vida

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, jueves 11 de septiembre de 2014.

Entre las modas recientes en el Facebook me he encontrado una que bien podría pasar por cursi y algo ñoña, pero que, a mi gusto, deja ver una parte significativa del universo de quien responde: los diez libros más importantes de su vida. Me he aventurado a hacer una lista personal y aunque faltan muchos, definitivamente no sería quien soy si alguno de éstos no se contara entre mi lecturas.

1-Narraciones extraordinarias, de Edgar Allan Poe. Dice Jorge Volpi que todos somos descendientes literarios del bostoniano (porque ha influido, ya, a demasiados buenos escritores), este argumento parece justificar que hoy en día ya nadie (o casi) cita como referencia "directa" a Poe. Pues yo apelo a dos de los “consejos sobre el arte de escribir cuentos”, de RobertoBolaño: "9) La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra. 10) Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas".
Nota: he tenido varias ediciones de estos relatos, incluyendo la de Porrúa, la que más me marcó; la que actualmente está en mi librero es la de Páginas de espuma, edición conmemorativa por el bicentenario de su nacimiento, con la traducción hecha por Cortázar; los prólogos son de Fuentes y de Vargas Llosa. Ah, la edición es de Iwasaki y de Volpi (la verdad, por más esfuerzos que hago, no logro relacionar a este último con Poe, lo percibo como a un escritor completamente ajeno a él). 

2-Cosmos, de Carl Sagan. Más que un libro de ciencia, encuentro un largo poema sobre el universo. No exagero si digo que gran parte de mi visión del mundo y del arte se la debo a este volumen. Muchos otros libros de ciencia han signado mi rumbo, como Los dragones del Edén, del mismo Sagan o Historia del tiempo, de Hawking, todos ellos leídos entre el final de mi niñez y mi adolescencia. Más recientemente, El universo elegante, de Greene, sobre la teoría de supercuerdas, y La poesía del universo, una exploración matemática del cosmos, de Osserman, un maravilloso recorrido desde que el hombre aprendió a medir y a contar, hasta las actuales disertaciones sobre la forma de nuestro universo.


3-El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. No me importa haber oído, de algunos escritores contemporáneos, que estas generaciones no necesitamos leer o traducir a nuestros clásicos, pues ya están tan leídos que son parte del imaginario popular y literario; entiendo, entonces, que si, por ejemplo, yo leo a Bolaño, y Bolaño era lector asiduo de Poe, y éste de Homero, entonces leer Los detectives salvajes viene siendo como leer La Odisea. Una cosa es aceptar que en efecto su influencia está en todas partes y otra cosa es dejar de recurrir a las fuentes primarias. Así, he leído el Quijote dos veces, ¡y lo volvería a hacer!

4-La Odisea, de Homero. Pues aquí está todo: nuestra psicología, las raíces de gran parte de nuestra lengua, la épica de lo que somos. Por supuesto, nosotros, seres posmodernos de un país surrealista, nunca tendremos la visión exacta del mundo Homérico; tendríamos que saber leer en griego, conocer ampliamente el contexto histórico de la edad del bronce y, si aun más acertados quisiéramos estar, habríamos de compenetrarnos con la literatura oral, que es la raíz de estos cantos. A pesar de los elementos sustanciales que hayan podido perderse en casi 3000 años de transcripciones y traducciones, con su sinfín de estudios académicos, este libro sigue siendo una delicia y uno de los pilares básicos de nuestra literatura y de nuestra psicología. A más de un psicólogo le diría, olvídate de Freud y de Lacan, ponte a leer La Odisea.

5-Rimas y leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer. Ya sé, muchas partes de este libro se han vuelto lugares comunes, pero qué culpa tiene Bécquer. En mi pubertad sus páginas me suministraron la dosis precisa de dulzura y horror; su exaltación del Yo y de la belleza me hizo posible creer que Poesía eres tú (aunque Rosario Castellanos diga lo contrario).



6-El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde. Delicado, encantador, exquisito, tal vez demasiado dramático para estas épocas desencantadas, y qué le hacemos, yo era una niña ochentera. Fue además el origen de mi interés por el respeto a las preferencias sexuales, porque me apasioné con la vida de Wilde. Ay, tan hermoso y delicado él, un verdadero dandi. Ya, durante mi adolescencia, uno de mis hermanos me obsequiaría El retrato de Dorian Gray y, por mi cuenta, encontraría joyas como De profundis. Esta trilogía temprana Poe-Bécquer-Wilde sería el corazón de mis letras.    

7-Una temporada en el Infierno, de Arthur Rimbaud. Muchas veces he pensado que después de este libro no queda mucho por escribir. Más allá del lugar común en que lo hemos convertido, leer a Rimbaud sigue siendo una experiencia límite. Leerlo me hace rejuvenecer, reencontrarme con esa antigua puerta sellada por los demonios, y decir como ellos, Yo es otro



8-El matrimonio del Cielo y el Infierno, de William Blake. Alguna vez, cuando era de veras joven, pretendí memorizarlo todo (por supuesto, traducido), y aunque dicho propósito ha quedado a medias, sus imágenes palpitan con fuerza en mi organismo. Todavía no decido qué me gusta más de este libro maravilloso, los grabados o los proverbios.

9-Sueños de robot, de Isaac Asimov. No, no hablo de la taquillera película Yo robot (que es el título de otro cuento de este prolífico autor) donde vemos al príncipe del rap, o sea Will Smith, con una Susan Calvin guapísima (por completo ajena a la robopsicóloga imaginada por Asimov, fea, solitaria y gruñona), sino del cuento que encabeza otros tantos del llamado "Julio Verne del siglo XX". Las historias del universo Asimoviano son la lógica llevada a la esfera del arte. Y así como Verne hablaba en el siglo XIX de que algún día el mundo estaría conectado por una red de comunicación gigantesca (¿te suena algo, Internet?), Asimov imaginó a un robot soñando y teniendo consciencia del Yo, en una época en la que las computadoras eran armatostes gigantescos que trabajosamente hacían algunos cálculos. 

10-Ariel, de Sylvia Plath. Fue el primer libro donde hallé una poesía tan descarnada girando en torno a un universo personalísimo, complejo, femenino. Una atmósfera iluminada donde las sonrisas de los niños son anzuelos y el cadáver de una mujer la consumación más elevada de la perfección. A las mujeres susceptibles les recomiendo leerlo lejos del horno.

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