Literatura & Psicología

2.4.14

México, un país adolescente

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, miércoles 4 de abril de 2014.

A mediados del siglo pasado, en “El laberinto de la soledad” Octavio Paz afirmó que nuestro país se encontraba en su adolescencia y, por lo tanto, se asombraba de “ser”. Dice: “Es cierto que apenas nacemos nos sentimos solos; pero niños y adultos pueden trascender su soledad y olvidarse de sí mismos a través de juego o trabajo. En cambio, el adolescente, vacilante entre la infancia y la juventud, queda suspenso un instante ante la infinita riqueza del mundo”.

Paz nos da la imagen de una historia que no es lineal, sino una suerte de capas superpuestas, donde la más reciente aplasta a la anterior, que queda en ruinas, como la mítica Troya cuyos restos revelaron que la ciudad había sido reconstruida sobre sí misma una y otra vez.

La dicotomía nos ha marcado. La conquista cortó de tajo un mundo forjado, hasta ese momento, de un modo radicalmente distinto al europeo. Miguel León-Portilla, máxima autoridad en la investigación sobre el pensamiento y la literatura náhuatl, sostiene que Mesoamérica fue una civilización originaria, al igual que Mesopotamia: tuvo una evolución propia y una configuración mental única. Pensemos, por ejemplo, en los libros mesoamericanos, donde imagen y canto se amalgamaban, por completo diferentes al formato de los libros que traían los frailes.

Pero es un desacierto ver el nuestro como un país unificado cuando los españoles llegaron. A lo largo y ancho del territorio hervían las guerras, las diferencias, las tensiones y fue, precisamente, esta división política de los pueblos originarios lo que permitió a los extranjeros sojuzgarlos. ¡Otra sería la historia si tlaxcaltecas y mexicas se hubieran puesto de acuerdo!

Cuando, desde el orbe globalizado y posmoderno, se intenta juzgar la figura del indígena se hace, o desde un mítico pasado glorioso o desde su condición actual de marginación y pobreza. Rara vez se observa la médula de su verdadera esencia. Se pretende, con buenas intenciones, “integrarlo” a la vanguardia desconociendo el peso histórico y cultural que lo sostiene como si éste fuera un lastre que no le permitiera ser como los demás (o sea, como el mestizo y el blanco promedios, ya bien agarrados del tren tecnológico) o bien, “preservar” su cultura manteniéndolos marginados para que no abandonen su lengua y sus costumbres. Gran error. La miseria y la marginación no son “parte” de la cultura de los indígenas. Ellos no eligieron vivir en sierras escarpadas o en medio de los montes, ni estar alejados de la tecnología: recordemos que Tenochtitlan tenía un sofisticado sistema de drenaje que ya hubieran querido sus conquistadores.

Comencemos por no pensar en “los indígenas” como una sola masa uniforme; entre la lengua de un otomí y de un nahua, por ejemplo, hay tantas diferencias como entre la de un español y la de un ruso. México es un país multicultural, con alrededor de 70 lenguas distintas, y no habrá una auténtica integración hasta que no apreciemos esta diversidad, sin posturas extremistas, para que cada pueblo elija su destino. Tal vez así, logremos superar la adolescencia.  



Imagen: Roberto Montenegro. 

1 comentario:

  1. Has dado una excelente disertacion de comunicación intercultural. Saludos

    ResponderEliminar