En su novela Memorias del subsuelo, Dostoyevski hace decir
al protagonista que “sólo una cosa necesita el hombre: querer con
independencia, cuéstele lo que le cueste tal independencia y cualquiera que
fueren las consecuencias que de ella se deriven”. En un largo y concienzudo
monólogo, éste concluye, entre otras cosas, que el ser humano es malo por
naturaleza y que la civilización lejos de paliar su ánimo destructivo, lo
refina. Se aventura a plantear que podría existir una especie de fórmula
matemática con la que todos los deseos y razonamientos puedan calcularse, “porque
un día habrán de descubrirse las leyes de lo que llamamos nuestro libre
albedrío”.
Dicho concepto formulado en esta pieza fundamental de la
literatura rusa (publicada en 1864) no se encuentra lejos de algunas teorías
científicas contemporáneas.
Dicen los genetistas modernos que el ser humano no sólo posee
instintos, sino que éstos son mucho más abundantes y complejos que en otras
especies. Si conociéramos todas las variables que intervienen en la inteligencia y en el ambiente de una persona específica,
¿podríamos predecir su conducta o, incluso conocer su futuro?
En 1970 el matemático John
Conway inventó “El juego de la vida”, un universo representado por un tablero
semejante al del ajedrez, que se extiende infinitamente hacia todas las
direcciones. Este universo obedece leyes simples en las que, dependiendo del
número de vecinos, cada cuadrado sobrevive o muere, o bien nacen nuevos. De
acuerdo con la configuración inicial, en una computadora observaremos como surgen
distintos patrones de “comportamiento” en las generaciones de cuadrados;
figuras que parecen disparar, reptar o parpadear. A esto lo podríamos llamar
albedrío, destino, decisión, “inteligencia”.
Dice Hawking: “tendríamos
que decir que cualquier objeto complejo tiene libre albedrío (no como una
característica fundamental, sino como una admisión de nuestra incapacidad para
llevar a cabo los cálculos que nos permiten predecir sus acciones)”.
Sería terrible darnos
cuenta que el huevo frito que elegimos comer en la mañana y que el amante con
quien amanecimos hoy, pertenecen a una cadena de acciones predeterminadas.
¿Absurdo?, sí, aunque no lo es menos aceptar que de nuestras elecciones surgen
diariamente la guerra, el estupro y la catástrofe. ¿Será, como decía aquel
personaje dostoyevskiano, que aun proveído con todo lo bueno el hombre hará lo
contrario a la moral, sólo por demostrar que es un ser “libre”? ¿Tú qué opinas?
Imágenes: Dostoyevski; gráfico del juego de la vida.
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