Publicado en La Razón. Jueves 16 de enero de 2014.
¿La filosofía es cosa de
hombres? A eso nos han acostumbrado: desde Tales de Mileto (624-546
a.C.), considerado el primer filósofo occidental, pasando por Nietzsche y por
Heidegger, hasta Michel Foucault (1926-1984), y todos los que se suman en nuestro siglo,
vemos desfilar pocas –poquísimas– voces femeninas. ¡Se ha descuidado entonces
el pensamiento de media humanidad!
El consenso mayoritario le da
el título de primera filósofa de occidente a la griega Hipatia, nacida en la
segunda mitad del siglo IV a.C. ¿Y en Mesoamérica? (olvidamos a menudo que,
antes de la llegada de los españoles, había artes y filosofía en el territorio
mexicano). No me atrevo a colgarle el título de filósofa a alguna mujer de esa
época, sin embargo, es sabido que había mujeres que
participaban activamente en la vida intelectual; destaca entre ellas “la Señora
de Tula”, concubina del rey Nezahualpilli, “tan sabia que competía con el rey y
con los más sabios de su reino y era en la poesía muy aventajada”.
La francesa Simone de Beauvoir
surge en el siglo XX con una fuerza arrolladora, para llenar en buena medida
este hueco. El pasado jueves, 9 de enero, conmemoramos 106 años de su
nacimiento. Muchas lectoras experimentaremos una profunda empatía, ¡por fin
alguien habló de ese tema tan incómodo, tan vilipendiado, tan necesario para
nosotras!, el YO. No es que Simone quisiera hacer “literatura para mujeres”,
¡no!, sino que explora el Yo desde los parámetros existenciales de la
responsabilidad individual, con una perspectiva propia, no abandonando esta
tarea bajo el filtro masculino.
Ya pasaron aquellas
épocas en que las chicas echaban su brasier a la hoguera y excluían el discurso
del varón. De pronto nos dimos cuenta que asumir nuestra individualidad no
significa caer en los mismos vicios que le reclamamos al machismo. Dicen los
genetistas modernos que existe un antagonismo a nivel cromosómico; los dos sexos
tienen una contienda biológica, ancestral, que se remonta a la edad de las
células primitivas. No tenemos que ser “iguales”,
en todo sentido, sino ver ambas perspectivas.
En su novela
"La mujer rota" Simone hace decir a la protagonista:
“Los
padres nunca tienen exactamente las hijas que desean, porque se hacen de ellas
una cierta idea a la cual ellas tendrían que plegarse. Las madres las aceptan
como son”. Pero, no caigamos en la
tentación de limitar su obra al feminismo; va mucho más allá, como propuesta
existencialista. "La gente feliz –dice– no tiene historia. En el
desconcierto, la tristeza, cuando uno se siente quebrantado o desposeído de sí
mismo, experimenta la posibilidad de narrarse”.
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