Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, miércoles 6 de noviembre de 2013.
No, no me estoy refiriendo a
un credo. Religión, en su sentido original, del vocablo latino “religare”, se
refiere a “consideración y observancia solícitas” de determinados factores que
nos inspiran miedo y respeto o piedad y amor, es decir, “lo numinoso” –para
usar las palabras de Rudolf Otto–, esto incluye: misterio, temor y
misericordia, elementos que, antes de ser pilares del dogma, nacen directamente
de una necesidad humana.
¿Acaso en esta época nuestra
necesidad de pactar con los númenes –dioses– está desapareciendo de la
sociedad? Más bien, yo diría que nuestra negación colectiva a asumir posturas
espirituales hace que ahora el trabajo, el estatus, y hasta la Internet y la
moda, adquieran un carácter numinoso, al menos en ese sentido de una fuerza
ajena a nosotros que se apodera de nuestra conciencia como en otro tiempo lo
hacían los espíritus.
Ni siquiera con nuestra
sofisticada ciencia, el ateísmo, el minimalismo, el feminismo, el nihilismo (y
todos los “ismos” que se nos ocurran), hemos podido cortar el lazo con aquellos hombres que
miraban azorados los relámpagos, los eclipses y las erupciones volcánicas en el
amanecer de la existencia.
“Sin duda –dice Paul
Kriwaczek, en su libro Babilonia–, la
religión es tan antigua como la propia humanidad, y hasta más antigua,
remontándose a la época en que nuestros ancestros homínidos comenzaron a
realizar entierros ceremoniales”. Sin la orientación religiosa jamás se habría
dado la revolución neolítica: pensemos en cuántos milenios de conocimiento y
hábitos acumulados tuvieron que abandonarse al pasar de una vida nómada a los
establecimientos en comunidades, a través de la agricultura. Siguiendo la
reflexión de Kriwaczek, el hombre primitivo no sólo cedió ante las
circunstancias externas, tuvo que haber experimentado “un cambio ideológico”.
La religión fue lo que dio sustento a esta fe en el progreso. En los mitos
mesopotámicos se narra que la diosa Inanna fue de Unug a Eridú, a visitar a
Enki –el dios que trajo la civilización a la humanidad– para llevar consigo los
“Me”, los poderes y deberes,
normas y fundamentos relacionados con la vida civilizada. En Mesoamérica, que
es también una civilización originaria, se divinizó al maíz y su ciclo:
nacimiento, muerte, renacimiento (es irónico que muchos sistemas religiosos, con el tiempo, llegaran precisamente a frenar el progreso y a censurar el pensamiento científico) .
Carl G. Jung entiende la
religión como una actitud especial del espíritu humano. William James dice que un
hombre de ciencia a menudo no tiene fe, pero su temple es religioso. Nuestra
vida cotidiana está impregnada de rituales con un sentido de religiosidad. Un
claro ejemplo es el saludo: dar los buenos días es una reminiscencia de
aquellos viejos ritos para mantener a raya a los demonios, alejar las
maldiciones y atraer lo bueno. ¿En qué otras cosas actuamos “religiosamente”?, lo
dejamos para otra charla; mientras tanto, buen día a todos.
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