Un cuento muy difundido en
occidente –mantenido por nuestros profes de primaria– es que Colón tuvo que luchar contra la idea
de que la Tierra era plana y que los navegantes que intentaban ir hacia el
oeste para llegar a Asia, podían caerse por el filo del mundo. Este mito, por
supuesto, nos vende la creencia de que el almirante era un visionario, un
precursor. Pero en la época de Colón la gente ilustrada se daba por enterada de
que el planeta era redondo. Desde hacía más de mil años antes, la obra “Geografía”,
de Ptolomeo, había asentado esto, y, aunque pasó varios siglos en la oscuridad,
para el siglo XIII ya estaba de nuevo en circulación, y en el siglo XV se había
traducido al latín; Colón poseía un ejemplar impreso en 1479 (trece años antes
de que “descubriera” América).
Precisamente, la idea de que
la Tierra era esférica parece haber sido el argumento que usaron contra Colón
los consejeros de la corona española: como no entendían los efectos de la
gravedad, temían que, en cierto punto, el ángulo de inclinación del planeta
haría imposible el retorno a los navegantes.
La geometría (medición de la
Tierra) no había avanzado al mismo nivel de la geografía (descripción de la
Tierra). Hacer un mapa no es una tarea simple, mucho menos si es de todo el
mundo (representar en dos dimensiones la superficie de una esfera causa serios
errores de interpretación). No la forma, sino el tamaño de la Tierra era lo que
causaba recelo a los implicados en autorizar el viaje de Colón; Ptolomeo había
subestimado su tamaño en un veinte por ciento –más cerca de la cifra correcta
estaba Eratóstenes, quien vivió en Alejandría hace dos mil doscientos años y
calculó su circunferencia con un margen de error de sólo un diez por ciento–;
si el almirante hubiera sabido la distancia real probablemente no se habría
embarcado.
Pero, lo preocupante no es
que nos hagan ver a los coetáneos de Colón como una bola de incultos, sino que
se les haga creer a nuestros niños que un halo de fraternidad rodea este
acontecimiento. Creo que en América no tenemos
por qué celebrar lo que no fue un descubrimiento, sino el principio de una
barbarie, un saqueo y una fractura histórica. Por supuesto, no tendríamos por
qué ahora estar enojados con España: hablamos español, y el mestizaje no sólo
es genético, sino ideológico y lingüístico; esto no implica que festejemos
alegremente un evento por el que miles de personas fueron masacradas y
desposeídas de su cultura.
Mesoamérica,
al igual que Mesopotamia, fue una civilización originaria que tenía una
evolución propia. La llegada de los españoles cambió el ecosistema y, a través
del uso arbitrario de las tierras para la ganadería, se empujó a los pueblos
originarios hacia laderas escarpadas, sierras inaccesibles y montes. La
historia debería ser contada en las escuelas como es, no seguir dando la visión
de los vencedores, ¿no te parece?
No hay comentarios:
Publicar un comentario