Literatura & Psicología

28.11.11

Las pinturas parlantes de Gabriela Cantú Westendarp

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Miércoles, 30 de noviembre de 2011.
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A principios de este año leí el libro de caligramas Li-Po y otros poemas, de José Juan Tablada, lo cual me dejó pensando en la confluencia entre artes plásticas y literatura. A lo largo de los siglos, la relación entre estas dos disciplinas ha dado como resultado diversas metáforas. A Simónides de Ceos (556-468 a.C.) se atribuye haber dicho que la poesía es pintura parlante y la pintura es poesía muda. Leonardo da Vinci se preguntaría que si la pintura era una poesía muda, por qué no se pensaba que la poesía era una pintura ciega.

Varios meses después de aquella lectura (si bien se trata de una estética distinta) encontré, nuevamente, una sensorialidad literario-visual en el libro Naturaleza muerta (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011), de la poeta regiomontana Gabriela Cantú Westendarp. Ella no recurre a la forma, como lo hiciera Tablada, para darle a sus poemas una esencia gráfica, sino a la palabra desnuda, capaz de transmitir colores y texturas, a guisa de un óleo. Algunos de sus poemas incluso pueden olerse como se huele un recipiente con trozos de piña y ciruela.

El título del poemario nos remite de inmediato a imágenes de frutas y flores. El cuadro sobre el que Gabriela hace su écfrasis es su propio espacio (mesa, libros, papeles, platos), el lugar mismo donde se da el acto de la escritura. Su propio cuerpo (el cuerpo de la mujer que escribe) es parte del objeto de arte (¿cabría, entonces, hablar de metapintura?)

Aun el dolor, la memoria, la tristeza y el deseo se convierten en elementos concretos, palpables, que la poeta coloca en una charola o mordisquea lentamente “y en los días más afortunados / el tiempo se presenta como un bodegón / y ahí las cerezas / las naranjas / las manzanas”.

La relación que forman los distintos elementos: imagen, palabra, espacio-de-la-creación, nos lleva a reflexionar acerca de la realidad y la apariencia de ella.

Retomo a Simónides (a reserva de agraviar a don Leonardo) para decir que los poemas de este libro son auténticas pinturas habladas, sucedidas una tras otra como en una galería.

Además del efecto sensorial que logra el texto per se, resulta un delicioso ejercicio visual encontrarnos entre las páginas tres óleos del pintor Salvador Díaz. El primero es revelador: “La magia del universo”. Una mujer sentada en su estudio: libreros, mesas, laptop y por ahí una botella… ¿de vino? El escenario nos remite a la visión Borgiana del universo como una inmensa biblioteca.

El poemario está dividido en cuatro estancias, tres de las cuales (aunque escritas en diversos momentos) fluyen dentro de un mismo campo temático, a un ritmo pausado y sensual, melancólico y dulce; la estancia final, en cambio, más lúdica, hace solazarse al lector. Sin embargo, una lectura meditada nos permite observar aquí el drama humano.

Gabriela juega con las formas de su casa y las (des)proporciones (exageradas) de su cuerpo. Tal vez esa casa que tiene demasiados escalones sea un reflejo del mundo, aparentemente ordenado, que rodea a la poeta (a todos) y que no deja de tener algo de absurdo; ella, que posee una pierna más larga que la otra (porque todos somos un poco cojos) elige el humor como medida para enfrentar la realidad.

Naturaleza muerta se presentará este jueves 1 de diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a las 12:30 horas, en el salón Mariano Azuela. La obra será comentada por José Celso Garza y Margarito Cuéllar. Si andas por allá no pierdas la oportunidad de asistir.

1 comentario:

  1. [da poesia, essa natureza viva]

    e por certo será um belo encontro com o poema!

    Pela partilha, grato
    com um abraço,

    LB

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