Literatura & Psicología

27.4.10

La búsqueda del conocimiento o la extinción de los libros

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 27 de abril de 2010.
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para mis alumnos de LED
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“Ser hombre significa ya filosofar”, afirma Heidegger. Nuestra condición humana, en sí misma, está ligada a la necesidad de comprender quiénes somos y por qué estamos aquí.

Irónicamente, ahora que vivimos en la Era de la Información, a mucha gente le resulta difícil emocionarse ante la aventura del conocimiento. ¿Para qué necesitaría uno, por ejemplo, entender las relaciones entre fuerza y aceleración, si basta con saber operar nuestro vehículo para que nos den la licencia de manejo?

El ritmo apresurado de la sociedad, las distancias en ciudades cada vez más grandes y, sobre todo, el desgaste ante el panorama de inseguridad ocasionado por la violencia y la crisis económica de nuestros días, hacen que no haya tiempo –ni interés– para desatar los hilos de la imaginación.

La mayoría de los seres humanos, llegados a la edad adulta –pasados los asombros y la curiosidad de la niñez y los cuestionamientos y la rebeldía de la adolescencia– simplemente acepta el mundo como se le presenta, así sea violento o inconsistente.

El riesgo de relegar de nuestras actividades cotidianas el espíritu investigativo estriba en que nos vamos convirtiendo en una suerte de máquinas predecibles, manipulables y carentes de identidad.

Por fortuna la inteligencia no es un objeto estático, sino un río siempre en movimiento, que podemos nutrir con nuevas lluvias. El hábito lector, indiscutiblemente, es uno de los principales elementos que configuran la profundidad y el alcance de nuestro pensamiento. Pero, ¿qué esperanzas en un país donde el promedio de lectura no llega a un libro al año?

Hace siglos Mesoamérica era la única zona de nuestro continente donde había bibliotecas; ahora, con los alcances de Internet, ¿constituyen éstas una especie en extinción?

Es deseable que las ciencias y las artes –lo racional y lo intuitivo– sean parte medular de un pueblo. El científico y el artista conservan la curiosidad y la rebeldía de sus años mozos, encausadas por las herramientas mentales del adulto. Una renovada capacidad de asombro.

La publicación de la obra es parte del acto creativo; de nada sirve el conocimiento que no se difunde y no se aplica a la vida. Aquí, la importancia de festejar el Día Internacional del Libro, como fue el viernes de la semana pasada, 23 de abril, en recuerdo del fallecimiento de tres grandes literatos: Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega.

Decía Hawking, allá por los setenta: “Si aceptamos la imposibilidad de evitar que la ciencia y la tecnología transformen nuestro mundo, debemos tratar de asegurarnos de que los cambios se operen en la dirección correcta”.

A mi juicio, aún en la sociedad más tecnificada, habrá lugar para celebrar la Palabra. El libro, de ámatl o en pantalla de plasma, sobrevive como objeto, como sendero o metáfora del tiempo. ¿No lo crees?
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