Literatura & Psicología

15.1.10

la Naturaleza, patrimonio del espíritu

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 12 de enero de 2010.

Cuando uno tiene hijos pequeños, necesariamente, imagina el mañana que les ha de tocar vivir. Y mientras acomodamos la ropa en los cajones o freímos un bistec hallamos espacio para hilvanar los finísimos hilos del Pensamiento. En una de estas urdimbres mentales alcancé a oír en la radio, el sábado pasado, la voz cálida y serena del fotógrafo mexicano Antonio Vizcaíno, que ha dedicado los últimos años a recorrer y fotografiar las áreas naturales mejor preservadas y de mayor belleza, de Alaska a Tierra de Fuego. Cofundador de América Natural, organismo de conservación que utiliza como lenguaje la fotografía, este amante de la luz y del paisaje hace un llamado a la humanidad para reconocer el valor de la naturaleza como patrimonio del espíritu.

En una entrevista concedida en 2009 para Letras Libres, Vizcaíno había comentado acerca de su trabajo: “al fotografiar la naturaleza soy testigo de la destrucción –si yo fotografiara la destrucción no te imaginas los libros que podría producir, pero mi sensibilidad no puede, está con la belleza–, y me siento también como una especie en peligro de extinción, porque en unos años no voy a tener nada que fotografiar”.

Esto nos lleva a considerar, particularmente, la situación de nuestro país. Menciona Víctor M. Toledo en su artículo “La diversidad ecológica de México” (incluido en el libro coordinado por Enrique Florescano El Patrimonio Nacional de México. Colección Biblioteca Mexicana. Fondo de Cultura Económica; CONACULTA), que el territorio mexicano presenta prácticamente todos los grandes tipos de ambientes naturales que se conocen en el planeta (una diversidad ambiental semejante sólo existe en la India y en Perú). Esta multiplicidad biológica se debe a su posición geográfica intermedia en el continente americano y a su especial historia natural.

Pero México, apunta Vizcaíno en la entrevista arriba mencionada, es la nación americana donde se percibe mayor deterioro. El hombre ha sido el principal enemigo de la naturaleza, concretamente a través de la deforestación. “En el bosque –afirma el fotógrafo y conservacionista– se reúnen los reinos de la naturaleza para crear una comunidad autosustentable y sostenible a largo plazo; todos los organismos contenidos en él están interrelacionados, sin uno no existe el otro: sin la bacteria que está en la micorriza de las raíces no existe el árbol. Lo deberíamos entender como seres humanos […..] Ya no es tener conciencia: es el momento de la acción inmediata”.

Recuerdo cuando, a mediados de los noventa, escribí para el periódico mural del bachillerato donde estudiaba, un breve artículo sobre el efecto invernadero. Esperaba que mis compañeros reflexionaran en cómo estaría el planeta, digamos, en 2010, si seguíamos contaminándolo. Una de mis líneas, más o menos, decía: “la Tierra se queja y algún día nos devolverá el golpe”. Francamente no sé si alguien se lo haya tomado en serio.

En la última década el concepto “cambio climático” se ha convertido en lugar común. Parece que todos “sabemos” algo al respecto, pero, ¿qué tanta conciencia y, aún más importante, qué acciones estamos realizando en torno a ello? ¿Será que quienes hace quince años éramos adolescentes, con todo el tiempo del mundo por delante, hoy somos adultos pendientes, cada minuto, de cuidar nuestro entorno? ¿Le transmitimos a nuestros hijos el respeto hacia otras formas de vida, animales y vegetales? ¿Podrán sentir en su adultez, los que ahora son niños, el abrazo milenario de los bosques?

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