Literatura & Psicología

22.12.09

Los años sin viento de Arturo Castillo Alva

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 22 de diciembre de 2009.
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Hará unos siete años Juan Jesús Aguilar me obsequió Veinte poetas del siglo XX (ITCA, Antologías y homenajes, 2000), una compilación de poesía tamaulipeca donde por primera vez, gozosa y extrañada, me encontré con las letras de Arturo Castillo Alva. Cuando empecé a leer “Fragmentos rescatados del más grande poema tampiqueño jamás escrito” estaba convencida de que, verdaderamente, ése era el más grande poema tampiqueño jamás escrito; Arturo Castillo debía ser un náufrago a quien una tempestad, en mar abierta, arrebatara su obra, de la que sólo algunos versos habían emergido desde las profundidades atlánticas.

Fue en el primer Festival de Letras en el Golfo, entre una marejada de piernas y cabezas, donde me topé de frente con Arturo. Llevaba conmigo la antología de 20 poetas y le pedí que la firmara. “No me gusta dar autógrafos” me dijo secamente. Y firmó. Dos signos de interrogación, en medio la nada. Volvería a encontrarlo una noche de invierno, en el Casino Tampiqueño: el grupo “Erato, lectores de poesía en voz alta”, presentaba la obra de autores tamaulipecos, entre los que Ana Elena Díaz Alejo –instructora del Seminario de Literatura Argos– generosamente me había incluido. La siguiente ocasión que lo vi, su voz fue amigable: “Escribes bien, chavita”. “No vayas a dejar de escribir” me dijo en algún otro momento. Y le hice caso.

Ahora, obsequio del mismo poeta, el libro Años sin viento (Universidad Autónoma de Zacatecas. Colección Premio, 1996) forma parte de mi biblioteca personal. Este poemario, escrito entre 1988 y 1994, es una sola historia contada en fragmentos, la vida de un hombre que bien podría ser mi padre, mi hijo, mi hermano. Todos los hombres del planeta. Hay una intensa necesidad de mirarse al espejo como buscando la piel perdida, como si al nombrar los años muertos pudiese reanimarlos en una suerte de electroshock y volver, una vez más, a despertar en el regazo de un futuro que aún no se destruye.

Advierto a un artista comprometido con su época, que habla con desenfado acerca del amor, de las muchachas que se llevaron algo de su adolescencia entre las uñas; del dolor irremediable que brota en los estómagos sin pan, sin agua, sin dios; de un país al que ha visto desmoronarse como un montón de piedras en el polvo.

La Poesía de Arturo resulta estremecedoramente sencilla y alcanza en esa misma sencillez, un retrato de lo universal. La complejidad del alma. Orgulloso hijo de la clase obrera, el Infierno que retrata no es el del más allá, sino el de los tormentos del aquí y el ahora –los únicos que realmente importan–, la carencia, el sinsabor, la iniquidad –por todos conocida en este país–, la condición de millones de seres humanos a quienes no les queda más remedio que dejar la vida entre la maquinaria del mundo: todo se produce en serie, menos los sueños.

Pero en el abismo está contenida, ya, la salvación a través de la palabra y, definitivamente, la imagen de lo bello. En medio del Paraíso Eva se multiplica en zutana, mengana, fulana y perengana. Y como Beatriz a Dante, Olivia –su amada– lo conduce en la estancia final del libro, a la orilla de “otras premoniciones”.

Una pulsión teatral divide los poemas en estancias, a manera de actos, con escenarios entrelazados y personajes que se mueven ligeros entre los versos: muchachas, amigos, un padre, algún vecino, uno que otro actor anónimo. No es difícil ver huellas familiares; mis padres, hermanos y tíos andan por ahí con el nombre prestado. Tal vez yo misma. Quizá tú, que ahora estás leyendo.

1 comentario:

  1. Anónimo2/6/13, 2:15

    Y por que no publicas algunos poemas del autor que comentas para tener una referencia directa. Gracias.

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