Literatura & Psicología

1.1.20

Taxonomía de la tristeza

Reflexiones en torno a lo ordinario, el amor y la memoria. 


Hoy desperté con tristeza, una tristeza de esas dulces que se meten despacito en los huesos como un animal; no la había sentido desde hace muchos años. No parece haber ninguna razón objetiva y como en este mundo normalizado siempre tiene que haber razones objetivas para estar triste de pronto estoy tentada a recriminarme. Pero no. No puedo juzgarme por estar triste como no puedo juzgarme por tener una nariz a medio rostro ni por la curvatura de mis falanges..

Mi parte lógica, entonces, intenta hacer su taxonomía recordando otras tristezas, por ejemplo esa que permanece ovillada detrás del diafragma, como una piedra que una arroja a un pozo, o esa otra que se transforma en fuego, que nos sacude los músculos y nos impele a quemar paredes. También está la tristeza que se nos trepa a los hombros como una niña para mirar la copa de los árboles, las azoteas de las casas, la nube más lejana.


Y creo que esta tristeza viene de las veces que no tuve tiempo para llorar. No necesariamente cosas trascendentes, como la vez que perdí mi juego de té de la infancia, luego están esas cosas que sí son importantes, como la última vez que oí a mi abuela al teléfono y le dije te quiero, y la lucidez no volvió a su mente... Y, claro, todas las tristezas que he extraído del cuerpo de mis hijos, en los días amargos, para ponerlas en el mío.

Pienso, es también un hábito, a veces el cuerpo necesita estar triste para limpiarse de las pelusas emocionales que se le pegan a la superficie. La tristeza es, pues, un antídoto contra tanta motivación, tanta explotación de la felicidad, que nos recuerda nuestro lado más humano, que nos hace entrar en sintonía con todos los dolientes del mundo y, finalmente, ver con mayor gratitud un rayo de Sol.

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