Literatura & Psicología

13.1.20

El lenguaje como un manantial

De lo ordinario, el amor y la memoria



Según una reflexión budista, el amor nace de un sentido de abundancia y el apego de un sentido de carencia, cuando amamos eso nos produce felicidad porque estamos ejerciendo una capacidad nuestra; cuando en cambio solo tenemos apego sufrimos, porque queremos poseer el objeto.

En tanto más amo el lenguaje más disfruto la experiencia de compartirlo, porque lo percibo no como un descubrimiento externo que debo guardarme para mi propio beneficio o deleite, sino como algo que emerge desde mí para los demás como un manantial.

Si el lenguaje nace desde el organismo, como cualquier otro proceso del cuerpo aunque con la particularidad de que el producto es algo abstracto, cuando percibimos la riqueza de esta capacidad no tenemos miedo a interactuar con las palabras, a descomponerlas en sus elementos fonéticos y a buscarles nuevas significaciones. No tenemos miedo a soltarlas y a dejarlas que hallen su propio cauce en el mundo, entre la multiplicidad de voces, a sabiendas de que hallarán otros vocablos, a veces vibrando con la misma intensidad, a veces con una raíz hermana, a veces tan extraños y lejanos que apenas podrán reconocerse entre sí.

Yo concibo el acto poético como un acto amoroso, una entrega constante en la que mi manantial crece en tanto más comparto el verso, cuanto más participo en la danza de voces que me rodean; esta visión me ha permitido reescribir libros enteros que alguna vez alguien me destruyó, no sé por qué alguien destruiría el único ejemplar de un trabajo literario frente a mis ojos, pero los he vuelto a traer de mi interior porque estaba en mí la capacidad de hacerlo y no era (afortunadamente) un objeto externo que alguien podía robarme. Esa mano agresora no pudo destruir mi capacidad de pensar. Los dones del ser no se quitan ni se pierden como si fuesen un monedero olvidado en una esquina, los dones del ser se cultivan con paciencia y disciplina.

No aspiro, por ello, a poseer el lenguaje, sino a amarlo, a tejer con él poemas y relatos, y cuando estos estén listos soltarlos como a los hijos que han alcanzado la madurez para que se defiendan solos.



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