Literatura & Psicología

6.10.19

La vida no es diferente

Los días en que estoy triste me levanto temprano a poner el café y a barrer debajo de la cama la basurilla acumulada el día anterior. Pico algo de fruta y enciendo mi laptop. Reviso mis correos, empiezo a trabajar antes de que despierten mis hijos. Si mis hijos despiertan conmigo haré exactamente lo mismo, ahora con una niña rodeando mi cadera y un poco de baba en la mejilla. Los días en que amanezco feliz repito la secuencia: café, limpieza, fruta, trabajo, abrazos. La vida no es diferente afuera, los días en que estoy triste y los días en que estoy feliz llegan por igual las deudas: renta, agua, luz, teléfono; hay las mismas bocas que alimentar y el mismo trabajo por delante. La mayoría de los días tengo lo que siempre quise, una vida ordinaria y tranquila. Pareciera que pocos eventos sacuden esta casa o soy tal vez una rara especie, entre molusco y mujer, que resiste las ondas del agua agitada por el paso de los buques. Hoy fue uno de esos días que puedo llamar tristes, de esos días en que algo no inevitable pero sí imprevisible rompe el flujo normal del tiempo, en que el estómago se hace pedazos mientras el cuerpo sigue avanzando en una estela de jugos viscosos. No recuerdo un día tan triste como hoy. No me malentiendan, no estoy llorando en un rincón, yo solamente lloro cuando se me quema el arroz o cuando se me rompe mi taza favorita. Entre los días más tristes está aquel en que vi a mi abuela metida en el ataúd, otro día muy triste fue cuando mi hija perdió el conocimiento en mis brazos mientras corría buscando un doctor porque era fin de año y los consultorios estaban vacíos. Esa cercanía de la muerte, no la mía, sino de quienes amo, es lo que me ha llevado al límite de lo que llamo humanidad. Luego se encuentran estas singularidades que se parecen a la muerte, que fracturan aquello que se había construido minuciosamente durante años y entonces, aceptando el fracaso, me queda solo algo por hacer: poner a hervir el café, barrer la basurilla acumulada bajo la cama, esperar el abrazo tibio de una niña y la baba en la mejilla.

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