Quiero
escribir un libro acerca de la belleza que me ha inundado el corazón en mis
viajes, en los brazos cálidos de mis amigas y los besos de mis amantes, en las
visiones de paraísos con olor a sándalo y texturas de plumas. Tomo el lápiz y
hundo la punta del grafito en la hoja, tomo mi laptop y pulso las teclas, tomo
mi cabeza como a una pizarra para deslizar la memoria y no… mi sombra me lleva
hacia otras escrituras, hacia rincones oscuros, hacia precipicios que en
el cotidiano vivir están ocultos, los que mantengo al margen con una valla
metálica para que mis hijos no pisen los terrones sueltos. Trato de dirigir la
tinta hacia el agua transparente, hacia el sabor del vino dulce, hacia el cielo
despejado y no, nada; el poema como una blanda criatura se arrastra por debajo
de las hojas muertas, entre las raíces de palabras olvidadas, al interior de su
madriguera. Y desde ahí, mi solitario artrópodo observa una nuez tirada junto
al río y una papa a medio podrirse en una caja de madera, él lo ve todo a la
luz de un fuego manso, enroscado en sí mismo, con sus cientos de patas
entrelazadas, ve más lejos que el halcón y el búho porque él no necesita ojos
ni alas, este animal invertebrado que es mi poema solo necesita que yo lo deje
crecer a su antojo en el barro.
Literatura & Psicología
14.8.19
Artrópodo
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