Literatura & Psicología

12.9.16

El súcubo que succionó las palabras

o disección de un libro que muerde


Laura Fernández, Di(habla). Alja Ediciones, 2016. 


Ver sin hablar es estar muerto. 
Emilio Prados 

I

La mujer atada a su lengua, por donde se irriga electricidad, tiene mil formas de pronunciar su nombre. Pero la mujer no quiere decirnos su nombre, prefiere  decorar  las  paredes  de gritos, porque el grito es el  espejo que  reanima su existencia. El aire pasea en la caja de resonancia, dice, y vemos esa densidad entrando y saliendo  de  sus versos tan  rápido como palpita el Corazón de un ave. 


II

Todos aquí tenemos la lengua cortada, nos la cortó el rayo divino al querer erigirnos un nombre en los cielos; “aquel  responde en mil idiomas dice la mujer que escribe este libro quiso confundirnos, tal vez con los vivos / y nosotros tomamos clases de inglés / aprendimos la poesía y el código binario”. Así, los hablantes nos diseminamos por el mundo, donde eclosionaron  lenguas como flores y, de este lado, llegó el conquistador a cortarlas con la espada y nos brotó una nueva, cual cola de salamanquesa: larga, sagaz, mudable.

Porque no se puede estar vivo sin hablar (con la boca, con las manos, con la piel, con la quietud que es también una manera de aullar). Porque la vida no es otra cosa que lenguaje, un código milenario inscrito en las células, un mensaje  cifrado en membranas o cuerdas  que se repite infinito en cada forma de la naturaleza; Laura expone esta fatalidad en sus poemas y cada poema suyo es un universo autocontenido en una cáscara de nuez (o de no es). 

Pero Laura no necesita comprobar teorías ni descifrar  ecuaciones, simplemente se adentra en ese territorio íntimo  donde X siempre es una función de Yo. Luego, encara al incauto lector: Si yo soy un suceso… Interrúmpeme con tu manecilla. Ella misma se ha transformado en tiempo no lineal, tal vez prefiera  ir  en  espirales,  tal  vez  moverse  entre  los espacios de Calabi-Yau, tal vez crear una nueva dimensión. Hacia  delante,  en  retroceso,  hacia  dentro  de sí misma, en cualquier caso, la poeta ha de trazar un camino y, dijera María Zambrano: “para hacer cualquier camino ha sido necesario arrasar, destruir”.

III

Cuentan  los  huicholes que el héroe Kauyumari encontró un peyote que era una mujer, al copular con ella “fue devorado por la barranca”. La tierra lo  saben  los  hacedores  de  mitos es también una mujer que trepida, que abre su cuerpo volcánico  para escupir  lava (o letras, signos que calcinan) para arrasar a los hombres. Este libro es igual que ese trepidar terráqueo, un volcán que muerde, succiona, devora como el Chichonal,  donde,  aseguran  los  zoques,  vive Piowačwe, la “vieja que se quema”, con dientes en su sexo.

Escribir es una forma de morder. Una  mujer que escribe es una mujer que agrede que enseña los  dientes; ha dejado de ser pasiva, quieta, fría. Su abertura estuprada por el parásito de los siglos se  convierte  en  garganta hambrienta. Laura insta al  gusano capaz de contentar la noche fálica: “No conoce el principio de incertidumbre / no conoce la entropía de la que dispongo, / ¿ignora acaso que el tiempo no lineal / lo habitan las vaginas violadas?”

Si haciéndole caso a Lévi-Strauss, “en el mito todo puede suceder”, también en la poesía, también en el sueño; especialmente en la poesía como la de Laura Fernández que, a mi juicio, es tan parecida a los sueños, esas pesadillas infantiles que nos despertaban al filo de la madrugada sudando el  horror más cándido. Entonces, a través de la escritura, la poeta, la  mujer, se libera. Volviendo a Zambrano: “La palabra, ella misma, de por sí, es libertad”.

IV

¿Existen súcubos inocentes? ¿Hay alguna di(habla) a la que abrazaríamos mientras duerme? ¿Un espíritu que no roba la semilla de los hombres sino los jeroglíficos para modelar un lenguaje nuevo?Quizás, aquí.

Éste es un libro volcán, un libro súcubo, un libro dentado. En estas páginas los rostros de la gente son una plastilina moldeable; la realidad se compone de bloques diminutos que pueden desmoronarse al menor soplo y  quién  sabe  qué oscuro agujero la devoraría.


1 comentario:

  1. Wooow!Si el poemario es tan interesante como tu disección, yo lo tengo que leer.

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