Literatura & Psicología

16.6.16

Recensión de Canciones de espinas

e
Ediciones Poetazos, 2014.

por María Besteiros


Canciones de espinas, Marisol Vera Guerra

"La niña que hace canciones de espinas" y nos las muestra, orgullosa, entre sus dedos sangrados. La niña que es animal y nos lo escribe, porque solo desde esa inocencia primaria y primera es posible contemplar a los ojos a la mujer salvaje que nos funda en revuelta de cuerpos y carnalidades. Llamémosla Madre. Mantener la mirada. "No reniegues del animal que vive dentro de ti", porque solo desde el oscuro animal salvaje es que somos sujetos, es que nos salvamos de ser las muertas a las que "penetran sin mirarme a los ojos".

            Marisol Vera Guerra, la niña poeta, la mujer salvaje irredenta, nos abre una rendija en la ventana de su cuarto y desde allí nos mira y nos apunta con el dedo. Nosotras somos las voyeurs que van perdiendo su perfecta perfección casi sin darnos cuenta de que cada golpe de verso nos desnuda al punto de despojarnos de nuestra pretendida ilusión de felicidad. Ella es la que nos escupe a la cara la verdad, toda la honestidad que cabe en la poesía. Nos muestra nuestras miserias, las apariencias sobre las que nos erigimos como juezas de la vida de las otras. Nos creíamos rosas. Solo somos espinas. Convierte en arte lo oscuro.

            Asistimos, poema a poema, al tránsito de una identidad, a la madurez de una voz que alcanza la trascendencia buscando su lugar, su propia y única manera de pisar el mundo. Construyendo su familia, creándola con la savia de su cuerpo. Una voz humana que no teme reconocer sus carencias, sus necesidades y el miedo feroz a quedarse estática. ¿Y si el futuro no es? ¿Y si no es nunca? ¿Y si los sueños jamás se cumplen y la vida es por siempre "panza hinchada y redonda"? ¿Y si los príncipes azules no son más que hombres "devorados por termitas"? Porque "un día escribiré uno tan bueno"...


            Así pues, la vida se nos presenta en grito donde "mi desnudez no me avergonzaba", donde la animalidad es carne de infancia, de tiempo en deje triste, aferrándose al ser y al seré, mirando, cara a cara, a los ojos de lo salvaje, sin miedo porque este es adquirido, no nos pertenece, no resiste la magnitud de la poesía, alma desnuda cubierta de las espinas que, verso a verso, nos entrega, como flores.

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