Literatura & Psicología

29.6.15

Los cebos de las lobas

Publicado en La Razón, Tampico, Tamaulipas, junio de 2015.

Desconfía de los hombres demasiado maravillosos, de los que tienen el corazón demasiado limpio, de los que son tu fantasía encarnada al pie de la letra, de los que están dispuestos a todo por ti. Esta sería mi recomendación para una niña o joven que se avienta por primera vez al ruedo de la vida. Acaso lo que algún día me veré diciéndoles a mis hijas, en la puerta de mi casa.

He oído un viejo cliché: las mujeres que se enredan en relaciones destructivas son, siempre, las de baja autoestima. Falso. Si bien una baja autoestima sí puede ser, en muchos casos, el factor que induce a relaciones de pareja conflictivas, no es una constante. Y voy a decir por qué.

En su libro Mujeres que corren con los lobos, la psicoanalista jungiana Clarissa Pinkola Estés expone el poder sanador de los cuentos de hadas (los cuales contienen antiguas y sabias recomendaciones para las mujeres); narra el cuento de Barba Azul, un hombre que seduce a una inocente y bella muchacha a la que vuelve prisionera en su morada; le da las llaves de todas las habitaciones pero le prohíbe entrar en una de ellas, y he aquí que gana la curiosidad y en esa habitación prohibida están las evidencias de sus crímenes. Una vez vista la verdad, la llave comienza a sangrar. Barba Azul, al verse descubierto, intenta matar a su esposa, como ya lo ha hecho con tantas otras, pero ella, gracias a su inteligencia y fortaleza logra salvar la vida.

Este breve relato es una metáfora de los que yo llamo “ladrones de autoestima”. Estos, precisamente, gustan de las mujeres que resplandecen, que brillan por su talento, su alegría, su belleza y su gran amor hacia la vida. Como Barba Azul, llegan montados en un caballo brioso y ofrecen espléndidos regalos. ¿En qué consisten?, bueno, eso depende de la dama en cuestión, no son necesariamente materiales, pero ellos llegarán con la promesa de lo que ellas quieren: sinceridad, dicha, sexo, energía, trabajo, viajes, etcétera. Es entonces cuando es necesaria esa visión de rayos X que haría a una mujer perspicaz ver a través de los disfraces, y es aquí cuando se aplica la enseñanza de las abuelas para detectar las señales de peligro (esa sabiduría doméstica tan menospreciada en nuestro mundo posmoderno).

Lo que harán estos vampiros psíquicos es precisamente ir sorbiendo la autoestima de la loba que ha mordido el cebo. En este caso concreto, esa falta de autoconfianza y esas fuerzas minadas para responder ante el dolor no han sido las causas, sino los efectos de esta relación en la que el vampiro ha entrado subrepticiamente. No solo relaciones románticas, también hay jefes vampiros, madres vampiresas, incluso la sociedad a menudo actúa como un vampirismo colectivo.  

¿Por qué a las mujeres les gustan los hombres malos?, me pregunta un amigo. Le respondo, salvo excepciones, no nos gustan los hombres “malos”, simplemente, a veces tardamos en aprender a distinguirlos.


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