Literatura & Psicología

4.6.15

Esa quimera de ojos verdes

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas,  jueves 4 de junio de 2015



Creo firmemente que no hay emoción más devoradora, hiriente y devastadora que los celos –para usar una imagen shakesperiana– ese monstruo de ojos verdes. Pero quién ha estado exento de sentirlos alguna vez en su vida.  

Nuestros primeros objetos de deseo en el mundo son nuestros padres y dependiendo de diversos factores, como temperamento y lugar que ocupemos entre los hermanos, será la dinámica de afectos que construyamos. De estas configuraciones tempranas, por supuesto, nacerán nuestros conceptos de lo que deben ser las relaciones con el resto de la gente, especialmente con una pareja.

Según Erich Fromm el amor erótico requiere exclusividad. Esto pudiera referirnos a cierto sentido de pertenencia sobre el otro, pero aquí el psicoanalista nos diría que el amor no es un objeto que uno se encuentra en el supermercado y podemos poseer, sino una capacidad que debemos desarrollar; un arte, pues. 

¿Por qué las parejas hemos fabricado el ideal de la fidelidad? Pone Simone de Bauvoir en boca de su mujer rota: “uno, es tan único que parece natural ser único también para alguien más”.

O será como decía Osho, que "los celos son hijos del aburrimiento (...) No es debido al interés del otro en otra persona, sino que es tu propio interés en la otra persona lo que causa los celos, lo que hace que los celos surjan. Si te consideras un aburrido, serás un celoso, de entrada". 

Y aunque echar una cana al aire no es exclusivo de un género, históricamente las mujeres hemos tendido más a menudo que el varón a buscar esa exclusividad, cuando llegamos felizmente a esa zona llamada hogar, lo cual no solo es una cuestión de cultura, también hay una raíz biológica.

Según el zoólogo Desmond Morris, autor del famoso Mono desnudo, el ser humano es un tipo de mono en el cual la fidelidad dentro de la pareja y el establecimiento de un hogar son requerimientos de la evolución para asegurar la supervivencia de la especie. Los primates son por naturaleza nómadas, habituados a que obtener alimento no requiera más esfuerzo que tender la mano hacia algún árbol cercano (cualquier parecido con algún colega o novio es mera coincidencia); los machos no permanecen junto a una sola hembra ni participan en la crianza de los hijos, son más competitivos que solidarios y acostumbrados al placer inmediato. Así –dado que estas características apenas se están construyendo genéticamente–, para que el hombre fiel, hogareño, responsable y comunitario se perfeccione probablemente hagan falta unos cuantos miles, o millones, de años. Tengamos un poco de paciencia.

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