Todos los escritores (y
artistas en general), en algún momento de nuestras vidas nos hemos visto
tentados a asumir algún mito o algún cliché y más de uno se queda anclado a
este como si fuese una verdad absoluta; por mi parte, quiero comentar algunos
de ellos:
La
angustia ante la hoja en blanco (o, para ir con la época,
frente al blog o la página de Word): Es quizá el cliché más citado, sobre todo
por los que traen encima rezagos de un pseudoromanticismo. Imaginamos la
expresión desesperada de un poeta ante una limpia superficie en espera de aquel
frenesí místico que le hará soltar metáforas. La realidad es que escribir es un
oficio y, como cualquier otro, requiere tiempo, dedicación y esfuerzo. Sobre
todo, experiencia e intuición. Y, claro, talento, esa parte de “magia” que hace
la diferencia entre una obra común y una obra maestra. Pero el talento sin
oficio no llegará muy lejos. Aunque no dudo que haya gente muy talentosa a
quien de vez en cuando se le secan las seseras, me atrevo a pensar que las más
de las veces esto de la dichosa angustia es mero pretexto para quienes quieren
justificar su falta de imaginación y su pereza.
Los
escritores son muy infelices y sufren por todo. Pensar,
el acto de pensar, es aterrador, porque nos saca de la zona de confort mental
en la que nuestra sociedad tiende a confinarnos. Televisión, religiones,
gobiernos, centros comerciales, a menudo están confabulados para reducir el
pensamiento a niveles básicos. Y el escritor pues se la pasa pensando, hurgando
en sus heridas, rastreando en su memoria. Esto, claro, conlleva sufrimiento.
¿Pero ha de significar esto, forzosamente, que no pueda también sentir alegría,
incorporar incluso este dolor cotidiano a su vida que, valorada en conjunto sea
dichosa? ¿No produce el hecho mismo de escribir un placer inmenso? Seguramente
hay espíritus que no fueron hechos para la dicha, que no soportan las cosas
felices, ¡pero no es una regla! Personalmente desconfío de aquellos que asumen
una postura extrema y no dejan lugar para el amor, la amistad, la risa.
La
literatura es para unos cuantos elegidos. No todo el mundo le
va a hincar el diente a Borges o a Joyce, pero la literatura es muy vasta y yo
parto del postulado de que si cada persona se acerca al libro o al texto
adecuado para ella, lo disfrutará en verdad. Creo también que el acto de
escribir, de confesarse a través de la palabra, es una necesidad humana, ¿por
qué hemos de desaprobar a quienes, sin ser escritores un buen día quieren
contar algo? De hecho, pienso que la sociedad mejoraría si hiciéramos de la
escritura creativa algo cotidiano. No quiero decir que el arte vuelva buenas a
las personas, sino que, simplemente, tendríamos una sociedad más lúdica y ese
juego libre de ideas tendría un poder renovador.
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