Literatura & Psicología

20.10.14

Mujeres que escriben: un resquicio por donde se filtra la luz

Escrito para la presentación del libro Filtraluz (La Regia Cartonera, 2014), de Betty Galaviz


Pienso en una mujer. Una mujer que escribe. Hace cuentos mientras su hija pequeña toma la siesta. Sueña con, algún día, lograr una gran novela. Sus relatos hablan sobre cosas cotidianas, por ejemplo, sobre la vida de otras mujeres.

Sus personajes exploran la condición humana –¿y qué otra cosa puede explorarse a través del arte?

Ella es algo tímida, vive en una granja y es ama de casa.

Se llama Alice Munro.

¿Quién reconoce a un premio Nobel cuando se trata de su vecina?

Me ha venido a la mente esta escena, ahora, quizá porque estoy a punto de hablar sobre otra mujer que también escribe relatos. Una mujer sencilla, de esas que se recluyen algunas veces en el silencio acaso porque les intimida el eco de su propia voz, acaso porque alguien les había dicho que esa voz debe estar así, guardada entre camisas limpias y edredones de lana.

Ella usa un nombre muy breve, con un sonido dulce, de aquellos que a veces nos evocan algo de la infancia, la protagonista de alguna historieta, el nombre de cierta vecinita o de nuestra maestra de primaria; un nombre como de fantasía: Betty.

¿Quién es Betty? Responderé, es una mujer con una sonrisa afable, una voz delicada y una pluma muy ágil.

Betty Galaviz, así firma éste que es su primer libro de cuentos, publicado por La Regia Cartonera, una editorial independiente que le da el pretexto perfecto para mostrar uno de sus talentos alterno a la escritura: transformar un poco de papel, cartón y colores en imágenes de ensueño. 

La brevedad es el sello de esta autora en los 10 cuentos del libro Filtraluz. La brevedad que surge de quien tiene mucho qué decirnos y se apresura en cada tarea para que no se le agote el tiempo.    

Relato a relato, los diálogos corren vertiginosos. Los escenarios apenas se describen porque, en realidad, pueden ser cualquier lugar, mi casa, la tuya, la de enfrente. Por aquí y por allá, entre las líneas nos percatamos que habla de Monterrey, aunque las tragedias cotidianas que nos narra pueden ocurrir en cualquier parte de México.

Porque, ¿no habrán caído ustedes en la tentación de creer que las personas dulces escriben sólo historias rosas? No, no es éste el caso de Betty Galaviz. Ella es el ejemplo de que la dulzura puede emerger desde un espíritu herido. Hay que estar herido para escribir así, para captar esos holocaustos domésticos en toda su dimensión existencial.

Debajo de esos episodios terribles que escuchamos a diario, sobre estudiantes desaparecidos y madres que buscan desesperadamente justicia para sus hijas, hay otras tragedias, invisibles, como fantasmas que sólo pueden ver aquellos a quienes se les aparecen. Tragedias que duran una noche de apagones, los cinco minutos en que un taxi cambia de lugar o lo que tarda en eyacular un pretendiente desconsiderado. Los abismos particulares que se abren a nuestros pies y que amenazan con tragarnos, derivados del clima de horror que circunda nuestro país o de los simples vicios humanos.

Por el cuento “Filtraluz”, el que le da nombre al volumen narrativo, deambula aquel ángel del absurdo del que hablaba Poe: el genio que preside sobre los contretemps de la humanidad, cuya misión consiste en provocar los accidentes singulares que asombran continuamente a los escépticos.

Si algo distingue a estos 10 relatos –me atrevo a afirmar–, es un rayo de luz ora transparente, ora coloreado por la ironía, que se filtra por un resquicio entre las letras. La narradora no nos dice si hay algo después de la muerte, pero nos  hace ver que ésta no será del todo real mientras la memoria esté encendida; no nos promete que las parejas serán felices para siempre, pero sí que pueden acompañarse en medio del caos; no nos asegura que las mujeres enamoradas tendrán un sexo fabuloso, pero al menos evitarán que se las lleve el tren.   

¿Quién es, entonces, Betty Galaviz?

Ella misma se asombra ante su espejo, ¿de qué útero perdido escapé?, se ha preguntado en un poema, ¡ah!, porque Betty también es poeta y, a mi gusto podría ser dramaturga. 

Yo diría, es una mujer que escribe. Seguramente hija de las cortezas, me responde ella desde un verso. Escribir es escapar de su aislamiento, es abrirse las ropas, descalzarse, descubrirse el pecho y decir aquí estoy.

Cuando le pregunto en qué momento comenzó su trayectoria formal en las letras, me contesta “ya muy grande”, y ¿qué es muy grande? Betty dice “39”, la edad a la que asistió a su primer taller literario. Sin embargo llevaba una vida leyendo, leyendo mucho, leyendo con la pasión de quienes no conocen lo trivial porque para ellos todo tiene significado.

Ella –su gusto por narrar– me ha recordado la postura de la Nobel canadiense, de que la vida de cada persona contiene elementos que pueden volverse literatura.

“Todos tenemos algo qué contar” dice Munro, no, ya, aquella que criaba hijas pequeñas sino la que ha crecido y madurado. Nunca, según sus palabras, llegó la gran novela que esperaba. No sé si esperaba el premio de la Academia Sueca. Hay quienes, como Betty, no esperan demasiado, sólo tocar el corazón del lector.

Imágenes: portadas del libro Filtraluz hechas por Betty Galaviz.

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