A pocas semanas de dar a luz por tercera ocasión olvidé cómo era. Durante varios días sólo tuve una percepción subjetiva de algo que desciende por el cuerpo y la imagen de mi puño golpeando una barra de metal; la inyección de oxitocina, las tijeras abriendo camino, los gritos de las otras parturientas, las cabezas coronando entre las piernas de algunas mujeres, la blancura de los muros, esa irracional certidumbre de ser un títere, un manojo de animalidad, pero no alcanzaba, de veras, ni un poquito, a recordar cómo era el dolor.
Cuando
por fin llegó, con cada nuevo espasmo iba reconstruyendo la memoria del dolor
anterior. Comprendí entonces –ahora parece obvio– que cada nueva herida nos
revela algo de las que le antecedieron, y que cada dolor tiene un carácter
particular aun al emerger desde la misma fuente. Su huella permanece en espera
de una oportunidad para resurgir.
Éste
es el malestar que antecede a la vida y a la creación. Pero el dolor también
proviene de la pérdida, de la mudanza, de la violencia sin sentido del mundo. Y
ahí es peligroso “olvidar”. En cualquier caso, es una señal que nos induce a
buscar una respuesta, un aviso de que algo debe cambiarse.
Al
tener a mi pequeña hija en brazos pienso en todas las posibles maneras de
parir; pienso en nuestra patria, preñada de promesas, ¿desde cuándo tiene
dolores de parto? Hace días celebramos su “Independencia”, un festejo salpicado
de incongruencias y lagunas: ni el 15 ni el 16 de septiembre fueron en realidad la
fecha en que nos consolidamos como nación, sino el
27, y, bueno, hay que ver hasta dónde realmente se solidificó una nación y hasta
dónde fue una urdimbre de mitos y realidades a medias. ¿Qué festejamos si nuestro
presidente se olvida del elemento primordial que constituye un país libre: la
seguridad? ¿En qué medida nosotros, pueblo, lo hemos consentido?
He visto hace un par de días a la poeta Cynthia Rodríguez
Leija unirse de manera activa a las protestas de familiares y amistades de jóvenes
desaparecidas o asesinadas en el estado de Chihuahua, quienes demandan justicia
a las autoridades. “He decidido participar
activamente –declara–. No soy cómplice del letargo ciudadano y del engaño
nacional. Doy un paso contra la intermitencia del estado de derecho. Apoyo a
las madres en huelga de hambre. Trabajamos en promover sus demandas. Disculpe
las molestias”.
(Información en la página Nuestras hijas de regreso a casa)
Ellos, los que luchan, poseen el terrible poder de la
memoria. ¿Y cómo pasar por alto la
drástica manera en que Tampico y otras ciudades han sido varias veces secuestradas? Nuestras
causas en el fondo son una misma, desde nuestro sitio y posibilidades podemos
ir contribuyendo a que México tenga un pensamiento fértil. Tengamos memoria del
dolor, que nuestro malestar colectivo sea el sendero para que nazca una auténtica
nación libre, donde mis hijos y los tuyos puedan caminar tranquilos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario