Literatura & Psicología

11.4.14

Mujeres editoras

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, jueves 10 de abril de 2014.

A principios de febrero recibí la invitación de la poeta Cynthia Rodríguez Leija, oriunda de Nuevo Laredo y radicada actualmente en el D.F., para colaborar en un luminoso proyecto editorial: la segunda temporada de la revista literaria La linterna mágica. Hace unos días vi, en una fotografía, su rostro satisfecho, no sin un dejo de cansancio, mientras sostiene en las manos el fruto de su labor.

Una mujer editora: ésta es una imagen cada vez más frecuente en los círculos culturales. Lejos nos parecen ya –por suerte– aquellos días del siglo XIX en que se editaban revistas como El panorama de las señoritas mejicanas –remix de publicaciones extranjeras como El diario de la muger en París, ya se sabe, en México nos encanta apropiarnos de modas e ideologías de otros lados– para educar sentimentalmente al “bello sexo”. El objetivo era formar a la mujer ideal a través de la literatura. Claro, quienes escribían estas revistas eran, casi en su totalidad, varones. No sé cuántas plumas femeninas habrán pasado por sus páginas, parcamente encuentro por ahí el nombre de Gertrudis Gómez de Avellaneda, poeta cubana que gozó de tanto prestigio en su época que hasta se le consideró candidata para pertenecer a la Real Academia –puesto que terminó ocupando un hombre.

Tal vez los versos de Gertrudis se consideraran inofensivos y apropiados para las damas, cuyos castos ojos se cuidaban de textos transgresores y de excesivos conocimientos científicos que podían llevarlas de la “inocencia virtuosa” a ser “sabios pedantes”. Lo positivo, si queremos verlo así, de estas publicaciones herederas de la Ilustración, era su interés por la educación en el desarrollo social.

En la Nueva España no habían sido raras las mujeres impresoras; las imprentas solían ser empresas familiares y muchas veces ellas heredaban el negocio de su marido. Lo común era que aparecieran en los libros como “viuda de” o “esposa de”, salvo algunas excepciones como María Rivera Calderón y Benavides, del siglo XVII, que no se casó y firmaba con su propio nombre.

Hacia 1870 la mujer mexicana tuvo mayor participación en la redacción y elaboración de periódicos femeninos.


Mucho tuvo que pasar aún para construir a la mujer moderna, lectora y editora, más allá del ámbito privado –el hogar–; en medio de la posmodernidad el individuo femenino aún se está construyendo. Sigo viendo en las publicaciones periódicas, antologías y ediciones en general –no especializadas en un género–, lagunas en lo que concierne a voces femeninas. Por lo pronto, mi felicitación y mi sincera admiración a Cynthia, quien nos ha prometido que la luz de su linterna no sólo alcanzará el D.F., sino también Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León. 


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