¡Se acabó el 2013! Así, con
esta columna que estás leyendo inauguro mis colaboraciones del nuevo año; en
mayo de 2009 comencé la grata aventura de escribirla. Mi propósito inicial era
hablar sobre la Huasteca –sus paisajes, mitos y tradiciones– cosa que he venido
haciendo, sin embargo, con el tiempo también otros temas alcanzaron estas
páginas –literatura, ciencia, psicología– aunque sin desprenderme de una
pulsión vital. Así es como concibo este espacio: una celebración de la vida; no
pretendo ofrecer respuestas, sino despertar la inquietud por formular preguntas
más acertadas. Abrir el diálogo, pues.
A lo largo de estos años he
recibido críticas, felicitaciones, comentarios amistosos y hasta alguna
manifestación de franco desacuerdo con mis opiniones. Todo, finalmente, me ha
hecho crecer, ampliar mi mirada, afinar mi pluma –o, mi teclado, debiera decir–
y confirmar que la gente sí lee. Esa figura indispensable, a veces anónima y a
veces portadora de un nombre, está ahí, del otro lado de mis letras para culminar
el proceso creativo: el lector.
A ti, entonces, quiero darte
hoy las gracias por contribuir a darle vida a esta columna y expresarte buenos
deseos. Sé que corro el riesgo de sonar cursi, pero ¡vaya!, me han dicho eso
antes.
He oído en varias ocasiones
aquello de que la literatura no es para “cualquiera”, sino para un círculo
cerrado, para “iniciados”. Bueno, la
verdad no creo que Cervantes escribiera el Quijote pensando en un
pequeño círculo de intelectuales, ni Dante hizo su Comedia pensando en un
puñado de personas –de hecho, eligió escribirla en toscano, la lengua vulgar,
en vez de hacerlo en latín, la lengua culta–; yo sostengo que sólo es cuestión
de que el lector en potencia encuentre el poema, la novela o el artículo adecuado
para él y la cristalización de la lectura se dará. No todos serán lectores
frecuentes y acaso haya quien nada más como un destello encuentre, fugazmente,
solaz en las letras o en cualquier otro arte. Y eso está bien, nadie tiene por
qué quedarse a fuerza con el hábito de leer, pero, si se ha dado esa
coincidencia maravillosa entre él y una obra, este único encuentro será
suficiente para darle, por un instante, otra perspectiva a su mundo –así lo
creo.
Quizá muchas veces –o,
principalmente– uno escribe para sí mismo; quizá toda literatura nace de una
necesidad egoísta, considerando que el mismo escritor es, ya, su primer lector.
Tal vez escribir es una forma de estar solo. Pero en cuanto el texto se
desprende de su autor le pertenece al otro, a quien haga el feliz –o
infortunado– hallazgo de sus líneas. Por supuesto, leer esta columnita no es,
ni de lejos, como leer la Rayuela de Cortázar o el Pedro Páramo de nuestro
Rulfo, pero algo interesante podría colarse por aquí.
Te deseo, estimado lector,
un bienaventurado año, lleno de cosas positivas. Espero tener el gusto de
seguirte encontrando.
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