Literatura & Psicología

30.1.14

Cuando muere un poeta

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, jueves 30 de enero de 2014.

“No somos ciudadanos de este mundo –dice José Emilio Pacheco en su Prosa de la calavera–, sino pasajeros en tránsito por la Tierra prodigiosa e intolerable”. Líneas que inevitablemente me devuelven a los versos cantados por Nezahualcóyotl: “No para siempre en la Tierra: / sólo un poco aquí (…) / Como una pintura / nos iremos borrando. / Como una flor / nos iremos secando”. Y continúa Pacheco: “Si la carne es hierba y nace para ser cortada, soy a tu cuerpo lo que el árbol a la pradera”. Esta es, creo, una de las virtudes de todo gran poeta, explorar las inquietudes primordiales del ser humano, darles voz y forma a la luz del presente.    
El tiempo vuelve a aparecer como escenario y como actor en la obra de quien fuera uno de los escritores más prolíficos y polifacéticos de México, y, precisamente el tiempo estuvo siempre de su lado ya que, desde su juventud hasta el final de sus días, Pacheco fue un autor muy leído por las nuevas generaciones. El pasado domingo, 26 de enero, con 74 años encima, dejó este plano existencial en la misma ciudad que lo vio nacer. No se ha ido solo: apenas tres o cuatro días antes, Marco Fonz, oriundo también de la ciudad más grande del mundo, echó sus 48 años a la horca, en Viña del Mar, Chile. No voy a mentir, a este último no lo había leído, y ésta es, pienso, una de las cosas lamentables que pueden ocurrir cuando muere un poeta: darnos cuenta de que estaba aquí ofreciéndonos sus letras y no lo supimos.

Pero lo que resulta aún peor es que ni vivos ni muertos los artistas verdaderos son tomados en cuenta por las masas mexicanas; que, por ejemplo, Televisa pase días enteros comentando la “obra” de personajes de la farándula, cuando no dedica un momento para difundir y homenajear el trabajo de aquellos que sí nos dejan un legado cultural. ¡Qué triste! De por sí, los autores promovidos por las instituciones y casas editoriales de prestigio difícilmente tienen un sitio en los hogares mexicanos, ¿qué podemos esperar de aquellos que han creado al margen? ¿Cuántas voces, cuántos poemas? No he terminado de escribir esta columna cuando veo en la prensa que ha muerto otro autor, joven, éste, nacido en 1982: Sergio Loo.

Creo que la muerte anda en busca de poesía.

Todos los tiempos son uno, o eso se me viene a la mente con estos versos de José Emilio Pacheco, en los que no falta el refinado humor de la tragedia: Lo posmoderno ya se ha vuelto preantiguo. / Todo pasó. “Eres muy siglo veinte”, / me dice la muchacha del 2001. / Le contesto que no: soy el más atrasado.


No dejemos, pues, que los poetas mueran. Y para eso hay que leerlos.

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