La
primera vez que lo vi, andaba inaugurando mis ventitantos; no me viene a la
memoria el evento, pero fue en la Casa de la Cultura de Tampico, seguramente en
invierno, pues lo recuerdo con un abrigo y un gorro apelambrados, caminando muy
erguido, con un brillo intenso en los ojos. En ese entonces –a principios de la
década pasada– yo era una joven que veía tímidamente a los pintores y
escritores del puerto como rodeados por un halo de singularidad. No hablaría
con él hasta fines de 2006, cuando me correspondió estar al pendiente de su
colaboración en la revista “Saloma”.
Me
habían contado algunas cosas sobre Jorge Yapur, como que “no era fácil de
tratar”; supongo que siempre hay leyendas urbanas alrededor de los artistas
–también supongo que algo de realidad llevan. Cierto es que se portó bastante
amable conmigo, encantador, diría. Oriundo de Ciudad Madero y figura angular de
la esfera cultural en Tampico, lo más distintivo de él era el gran orgullo que
sentía por haber nacido y vivir en la Huasteca. Me habló, muy emocionado,
acerca de su trabajo, neohuastequismo –que es como había denominado la
corriente estética que manejaba– y me invitó a conocer su estudio, en su casa –visita que quedó pendiente, pues el día que tomé el micro para llegar, me encontré a Yapur ahí mismo, bajándose del camión.
Los
ojos de Jorge resplandecían al hablar sobre la cultura Huasteca, el legado de
“nuestros ancestros”, decía a cada momento. Cuando lo entrevisté para “Anábasis”,
una revista que en esos días me encargaba de editar, me habló del origen libanés
de sus padres, y de cómo había empezado tempranamente a interesarse por las
artes plásticas, cuya máxima expresión encontraría en el Huastequismo. Mi
entrevista consistía en una sola pregunta, libre, pero Jorge tuvo la cortesía
de dedicarme un largo tiempo, con un enfoque crítico; hacía hincapié en que un
pintor tiene la obligación de estar instruido, para no cometer barbaridades,
como alguna vez las cometió Diego Rivera; “no basta con tener técnica, también
se debe ser una persona culta”. Se mostraba seguro de la trascendencia de su
trabajo, ya que no consistía simplemente en copiar la realidad, sino en hacer
una reinterpretación de la estética huasteca, con técnicas contemporáneas. “Hay
muchos que andan por ahí haciendo retratitos –dijo–, pero eso ya está
superado”. Me obsequió uno de sus
zimcayales (voz huasteca que significa “hechizados”), “cuídalo mucho –me dijo–,
es algo muy valioso”, y hasta ahora lo he traído conmigo en todas mis mudanzas.
El
domingo pasado, cuando leí que Jorge Yapur había dejado este plano existencial,
sentí en mi interior un hueco, del mismo modo que lo habrá sentido la comunidad
cultural de Tamaulipas. La última vez que lo vi, me dio la mano y me dijo: “Que
Dios te bendiga”. Descansa en paz, maestro, ya reposa tu alma en esta tierra
que tanto amaste en vida y que seguirá floreciendo con tus imágenes.
Imagen: "Zimcayales", Jorge Yapur, 2007.
Para los que tuvimos la suerte de convivir, hablar y ser tocados por el arte del Maestro Yapur...
ResponderEliminarGracias por este post.