Hace unos días externé en una red social mi
inconformidad ante la mutilación de árboles que se realiza en honor a las
próximas festividades. Las reacciones de mis contactos no se hicieron esperar,
algunas a favor, otras divergentes, pero todas de alguna manera reflexivas, lo
cual es de agradecerse en esta época donde la reflexión parece un acto para
el cual hay poco tiempo.
Entre
las respuestas más acertadas estuvieron aquellas que hicieron notar que no se
depredan bosques, sino que estos pinos que se ofrecen en los centros
comerciales vienen de viveros ex profeso, y por lo tanto no se desequilibra el
ecosistema; también, que no son árboles completos, sino ramas que incluso
pueden sembrarse y, por último, que a fin de cuentas si uno se pone en ese plan
de no matar a ningún ser pues nos quedaríamos sin bistec, sin ensaladas, sin
muebles en la casa e inundados de cucarachas. Y bueno, el asunto fue a parar
hasta los toros de lidia, una raza modificada genéticamente y que sin las
corridas terminaría extinguiéndose.
En mi
opinión, el hecho de que estos pinos se siembren con el único propósito de
adornar con sus puntas nuestras casas (para que muchas de ellas en enero se
encuentren en el bote de basura), y que una raza de toros exista con el fin de librar
una contienda brutal en un ruedo (aunque, como dice Joaquín Sabina, nadie “los ame más que los ganaderos y los toreros”), nos llevan al mismo dilema existencial: nuestro lugar sobre la Tierra.
Si no nos es posible como humanidad evitar
la depredación para sobrevivir, al menos podemos buscar mayor equilibrio entre
nuestras necesidades y la Naturaleza, que de todo nos provee. Creo que se requiere
una visión sistémica, que abarque todos los ángulos posibles; tal
vez no sirva mucho dejar de mutilar pinos si se producen otros de plástico que tardarán
siglos en desintegrarse. Quizá podríamos simplemente ser más mesurados en
nuestra forma de consumir, pero hay que ver qué carencias se esconden detrás
del consumismo de nuestra época, aquí entramos en el terreno de la psicología
social y así seguimos ramificando el tema.
Como sociedad,
deberíamos tomas decisiones basadas en la reflexión. Incluso critico la postura
de ciertos escritores que dicen, por ejemplo, que prefieren las publicaciones
electrónicas a las impresas "para no matar arbolitos", como si el uso
de electricidad y computadoras no fuera una fuente de contaminación. No se
trata, entonces, de que la gente deje de imprimir libros, ni de celebrar la
Navidad, sino de buscar opciones para hacerlo con la mayor inteligencia posible.
Dejo la pregunta al aire: ¿somos capaces, con toda nuestra ciencia, de definir la inteligencia, de conocer los parámetros de la vida misma?
Dejo la pregunta al aire: ¿somos capaces, con toda nuestra ciencia, de definir la inteligencia, de conocer los parámetros de la vida misma?
Un artículo indispensable, como el café de las mañanas, que recupera el esplendor reflexivo de la palabra escrita en tiempos de profunda fugacidad.
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