Literatura & Psicología

27.11.13

El canon femenino



Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, noviembre de 2013.
Por ahí de 2006 fui seleccionada para ser incluida dentro de un proyecto llamado “Geografía poética: la poesía femenina joven al norte de México”, a cargo de la poeta Reneé Acosta, en Chihuahua. Esa fue la primera vez que me detuve a preguntarme: ah, ¿existe una poesía femenina? Nunca, hasta ese momento, había reflexionado en qué medida podía haber una división entre la literatura escrita por hombres y la escrita por mujeres. En esta investigación me preguntaban cosas como si había encontrado limitantes, discriminación o dificultades, dentro de mi ejercicio literario, específicamente derivadas de mi condición como mujer.

Empecé a ponerle atención a ciertos aspectos de la “feminidad” en las Letras y vi que, en efecto, había temas prohibidos, palabras censuradas, recelos sobre lo que está “permitido” decir a nuestro género. Conocía la obra de sor Juana y su negación por el matrimonio en pos del cultivo de la mente; había leído la vida de Flora Tristán y su lucha por los derechos de la mujer y de los obreros en Francia; desde niña amaba a Hatshepsut, la primera feminista de la historia; tenía, pues, varios modelos femeninos y antes que asumir que “por ser mujer” encontraría limitantes dentro del arte o de mi existencia, creía que vivir haciendo lo que uno ama es lo más natural del mundo, sin importar si se es hombre, mujer, heterosexual, gay, hermafrodita, transexual. No pensaba que “escribir” fuese un acto masculino o femenino: las metáforas no dependen de un falo.

Tal vez por eso, siempre había escrito sin temor ni cortapisas (y lo sigo haciendo); tal vez por eso varios de quienes me han leído dicen que escribo “muy femenino”; pero quizás, aunque no me había autoimpuesto ataduras en relación al arte, estas ataduras existían en la sociedad y amenazaban, finalmente, con devorar a cualquier impertinente muchacha que se aventara al ruedo a escribir (aunque para esas fechas yo ya estaba bastante crecidita).

Me di cuenta de que, como mucho tiempo después escucharía de Patricia Laurent Kullick, “las mujeres tenemos una sintaxis propia”, un campo semántico distinto al del varón que incluye, como dice la novelista española Rosa Montero, las “metáforas sangrientas”.

Y no se trata de meros complejos del género, como podrían argumentar algunos caballeros, realmente he visto una pulsión por hallar esa voz propia que no se ciña a los estándares del ojo masculino. ¿Qué tanta distancia hemos recorrido desde aquel comentario de Baudelaire en el siglo XIX?, “Las mujeres escriben, escriben con una rapidez desbordante […] su estilo se arrastra y ondula como sus vestidos”. Luego, critica a George Sand (seudónimo masculino de la baronesa Amandine Aurore Lucile Dupin) porque “no ha logrado por completo, a pesar de su superioridad, escapar a esta ley del temperamento; echa sus obras maestras al correo como si fueran cartas”. Me quedo, mejor, con Rimbaud: “¡La mujer encontrará unas cosas extrañas, insondables, repelentes, deliciosas; nosotros las tomaremos, las comprenderemos!”.

1 comentario:

  1. Me gusta tu manera de expresar, ese estilo peculiar de entrelazar conceptualizaciones que dominas de tu especialidad, la Psicologia!.. Te comenté en el evento MIRADAS PARALELAS... QUE ERAS TRAGA AÑOS!.. PUES A PESAR DE TU IMAGEN, FRAGIL...encantas con tu narrativa! es un gusto conocerte y saber tu trayectoria! EN HORA BUENA! Atte, Socorro pineda Vallarta!

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