Literatura & Psicología

21.8.13

Sueños de Heráclito

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, jueves 22 de agosto de 2013.

Esperé este momento durante años, lo visualicé de mil formas, lo creí palpable y fácil de digerir, pero hace un par de días, cuando vi entrar a mi hijo en el salón de clases de primer grado de primaria, cuando lo vi elegir uno de los dos únicos pupitres que aún no estaban ocupados y después, cuando lo vi de pie junto al portón a la hora de la salida, no pude sentir otra cosa más que vértigo, un vértigo feliz (aunque suene extraño) al asumir de pronto el paso (y el peso) del tiempo.

      Que los hijos crezcan es la cosa más natural del mundo, igual que el sol salga, que los árboles den frutos, que los ríos no se detengan, pero la vida en sí (la vida consciente) duele. Por algo hemos necesitado de la filosofía, del arte, de la ciencia, que nos expliquen y representen la existencia; por algo la mente es selectiva y nos da una ayudadita para permanecer cuerdos, manteniendo hasta cierto punto la inconsciencia de lo que somos y lo que sucede a nuestro alrededor.

     El tiempo, qué elemento tan volátil, tan vaporoso, inaprensible, el único juez imparcial que no se deja sobornar por nadie y a nadie espera.

     Alguna vez estuvimos de aquel lado, alguna vez fuimos aquel niño o aquella niña en el quicio de la puerta, cargando una mochila tan pesada como nuestros sueños; pero qué digo, ¡si entonces los sueños no pesaban!, los días eran largos y limpios. Pocos eventos, creo, se comparan en la vida como ese primer día de clases en una escuela nueva. Miedo, entusiasmo, esperanza, incertidumbre, ¿cuáles de estas emociones invadieron nuestro pecho en ese día único, ese día en que por primera vez nos sentimos niños “grandes”?

     De una u otra forma, cada padre de familia enfrenta su duelo (sí, porque de un duelo se trata) al desprenderse del niño frágil, dependiente, para aceptar ahora a éste, más autónomo, más fuerte, o así debería ser el curso de la vida, un continuo ir hacia la independencia, hacia la libertad. Lo bueno de la naturaleza humana es que este proceso de crecimiento y búsqueda no termina con la niñez. Cuando uno es pequeño cree que de grande llegará a un punto de satisfacción en que todo estará resuelto, tú y yo sabemos que no es así, ¡qué gran aburrimiento nos consumiría si no hubiese ya nada qué aprender, nada por lo cual luchar, ningún sueño por perseguir!

     Ah, tú, Oscuro de Éfeso, viejo Heráclito, es cierto, no volveremos a bañarnos en las mismas aguas, las aguas del tiempo que fluyen siempre hacia adelante, pero gracias a esta máquina viajera que es la memoria, al menos podemos regresar a remojarnos los pies.


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