Literatura & Psicología

8.6.13

Mami, ¿existen los monstruos?

Publicado en La Razón, Tampico, Tamaulipas, jueves 6 de junio de 2013.

Recuerdo, por ahí del 93, cuando apareció la famosa película de Jurassic Park, cierta ola polémica donde se trataba de decidir si ésta era apropiada para que la vieran los niños, no fuera a ser que se asustaran por el realismo de los dinosaurios. Cuando mi hijo, a sus cuatro años,  vio por primera vez una escena, le pareció de lo más trivial, no se le pudo ocurrir que los saurios gigantes dieran “miedo”, la explicación que me dio era muy simple: no nos pueden hacer nada porque ya se extinguieron. Unos meses después vio un documental acerca de las arañas violinistas y no pudo dormirse sin antes echar insecticida por todos los rincones, y tras ver un documental sobre el planeta Venus reflexionó seriamente acerca del efecto invernadero en la Tierra. ¡Qué lejos han quedado aquellos tiempos en que a uno lo asustaban con el coco!

     Cuando le expliqué a mi hijo eso del experimento con ADN, le encontró sentido a la trama de Spielberg. Pareciera que los miedos de los niños se han hecho más “racionales” que en épocas pasadas. ¿Es que ahora el terror necesita fundamentarse en argumentos plausibles?

     Lo sobrenatural ha perdido fuerza; al menos es así en los entornos urbanos, ya que en las pequeñas comunidades, específicamente en las que habitan  descendientes de las culturas originarias, el mundo de los espíritus todavía es parte de la vida cotidiana (y algo de ello aún retumba en el imaginario colectivo mexicano), eso explica la permanencia de tradiciones como el Día de Muertos (sí, a pesar de Disney y su reciente deseo de patentar el nombre de la celebración).

     ¿En qué momento pasamos del miedo a los nahuales (o a los vampiros) al miedo a la guerra bacteriológica? ¿Es que se han gastado nuestros símbolos? ¿Puede el ser humano vivir realmente lejos de lo sobrenatural, o esto subyace a la consciencia, como aquellos demonios de los que hablaba Poe cuando decía que debemos dormir o nos devorarán?

     Ciertamente la existencia de los monstruos es necesaria a nuestra mente: simbolizan el mal y, también, el universo del inconsciente, por ello los encontramos en todas las mitologías. Nuestros primeros referentes occidentales se encuentran en la Odisea: Escila, que “aúlla terriblemente, con voz  semejante a la de una perra recién nacida […] Tiene doce pies, todos deformes, y seis cuellos larguísimos, cada cual con una horrible cabeza en cuya boca hay tres hileras de abundantes y apretados dientes, llenos de negra muerte”, y Caribdis, que “sorbe la turbia agua” (versión de Luis Segalá Estalella).

     Sin embargo, lo verdaderamente preocupante, creo yo, es cuando los monstruos van perdiendo terreno, es decir, cuando la capacidad de asombro parece evaporarse y, de a poco, uno se familiariza con el horror, o peor, lo idealiza. Así vemos a niños y jovencitos queriendo imitar a personajes del narco.

     Vivimos en una época, no está de más repetirlo, en la que abunda la información, pero pocas veces la gente sabe qué hacer con ella. ¿Existen los monstruos?, Sí, y uno de los más nocivos es, precisamente, la indiferencia, la descensibilización hacia el mal. Traigo a colación aquel poema “El primer coro de la roca” de T.S. Eliot, que culmina así:

¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos

Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.


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