Literatura & Psicología

30.10.12

Xantolo: memoria y corazón


“Sólo hemos venido a dormir, sólo hemos venido a soñar: / no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la Tierra”. Con estas palabras, Tochihuitzin Coyolchiuhque (fines del s. XIV – mediados del s. XV), poeta de México-Tenochtitlan, aborda en su canto el tema universal de concebir a la vida como un sueño. Argumento filosófico que conduce una de las piezas emblemáticas del dramaturgo español Calderón de la Barca (1600-1681), “La vida es sueño”. Dice el príncipe Segismundo, personaje central de la obra: “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra una ficción”.
     Buscar el sentido de la vida es una necesidad que parte de la conciencia de nuestra mortalidad. ¿Cómo explicamos el fin de nuestra existencia?, ¿cómo podemos concebir que aquellos que amamos desaparezcan?, ¿cómo no creer que hay otro mundo, más allá de la materia, en el que nuestros padres, hermanos y abuelos siguen andando? Y si existe ese otro mundo, debe haber pasadizos, puentes que, a veces, nos permitan volver a ver a los que se han ido.
     Nos encontramos, precisamente, en esta época del año en que –se dice– vienen las ánimas a visitar a los vivos: Xantolo. Como ya lo he referido antes, en este mismo espacio, Xantolo está compuesto por dos palabras españolas, adaptadas a los sonidos propios del náhuatl: “Santo” (xanto) y “Todos” (tolo). Como en lengua nahuatl no existe el fonema “d”, éste se convierte en “l”.
     Lo más típico de estos días –lo sabemos quienes hemos vivido en las zonas de la Huasteca donde perviven las tradiciones–, son los tamales y los altares, enflorados con cempasúchil, rama-iglesia o limonaria y flores de “mano de león”.  
     A veces se truenan cohetes durante la celebración. Para los teenek del Norte de Veracruz esto tiene el propósito de despertar las almas de los difuntos a quienes se espera en casa para la ofrenda, y, al mismo tiempo espantar a los Baatsik`, ancestros muertos que pertenecen a una era cosmogónica anterior a ésta.        
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     El 31 de octubre es el día dedicado a los difuntos niños, el 1 de noviembre a los adultos, y el 2, normalmente es cuando llevamos coronas, flores, cruces y velas al cementerio, para nuestros parientes y amigos muertos. Esta fiesta, más allá de nuestras creencias religiosas, nos trasmite un sentido comunitario, la posibilidad de mantener viva la memoria de aquellos a quienes amamos.
     Termino esta columna, con un par de fragmentos de un antiguo canto, de origen nahuatl, para recibir a los muertos:

Si en mi memoria y en mi corazón
están presentes ustedes mis ancestros,
entonces no existe la muerte.
Aquí está mi ofrenda, merezcan
placenteramente.

Permítanme alumbrarles, acepten como presente
este copal en su presencia,
permítanme ofrecerles flores.
Sé que ustedes están en la mansión de los muertos
y que allá están felices.
Allá nada falta, hay rumor de agua fresca,
allá siempre es primavera.


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