Literatura & Psicología

30.5.11

Instrucciones para encender un horno

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes, 31 de mayo de 2011.
Texto escrito para el tema de creación poética “La cabeza fuera del horno: mujeres que eligen”, durante el encuentro de escritores Los Santos Días de la Poesía 2011.
.
Para poder encender un horno, primero, hay que asegurarnos de tener uno en casa. Estoy dando por sentado que usted posee una casa; todas las mujeres somos dueñas de una; si no en este mundo, en algún otro.

Una casa es un cuerpo. Un reflejo en el agua.

La mía, por ejemplo, es ordinaria. En mi cuadra y en las cuadras vecinas, las techumbres se alinean en filas idénticas, a lo largo de calles con nombres de ciudades. Esta se llama Veracruz; aquella, Tampico. Más allá queda Torreón, Durango, qué se yo.

Por dentro, las habitaciones son callejones que serpean indefinidamente, estrechándose y alargándose a su antojo. Espacios irregulares sucedidos uno tras otro, donde cualquier cosa ocurre: una salamanquesa soñando con placidez sobre una bisagra o un simio escribiendo el monólogo de Hamlet en una máquina fotografiada por Tina Modotti.

Pero, usted no está leyendo este instructivo para saber cómo es mi casa, sino cómo se enciende un horno.

Los tipos y modelos de horno pueden variar cuasi infinitamente. Nos limitaremos a considerar tres opciones:

a) Una cúpula de barro amarilloso con olor a ceniza.

b) El vientre metálico de una estufa con cuatro quemadores.

c) Un blanco y simétrico espacio donde se suman y cancelan miles de microondas.

Es necesario apuntar que en cualquiera de las tres opciones la energía producida será finita.

Una vez seleccionado el artefacto, debemos definir qué es lo que cocinará. Nuevamente referiremos tres opciones:

a) El cadáver de un gato.

b) El mismo gato vivo.

c) Su cabeza (la de usted, por supuesto).

Supongamos que usted ha elegido cocinar su propia cabeza. Las razones pueden ir desde una extraña curiosidad culinaria hasta la pulsión de ver despellejado el Yo.

De nuestros tres hipotéticos hornos, el de microondas es el más fácil de manejar. Todos sabemos que, aplicando las microondas a la temperatura y potencia adecuadas, las capas del mundo se nos van desprendiendo del rostro dejando expuestos el hueso, la carne y los deseos. Entonces la yoidad aparece, al centro de nosotros, lista para ser desollada igual que un conejo.

En el caso de la estufa, podría ocurrir el efecto contrario al esperado: una vez allí, el cráneo se reblandecería tomando la forma de una semilla. En lugar de avanzar en el tiempo, el Yo regresaría a su origen. Esto plantea un problema: no es posible pelar lo que no tiene piel.

El horno de barro es el que nos ofrece mayor gama de posibilidades. Quizás usted coloque adentro su cabeza y, luego de una prolongada espera, lo que obtendrá al abrir la puerta será un gato de pelaje rojizo o la rama seca de un mezquite. Cualquier cosa puede emerger de allí, porque el barro es la sustancia maleable de la que está hecho Dios.

1 comentario:

  1. Un texto muy original, Marisol. Me ha gustado esa mezcla de surrealismo y de humor bastante especial.
    Ah, y sobre todo didáctico jaja
    Un abrazo de este aspirante a cocinero (pero con receta propia, que conste).
    José

    ResponderEliminar