Literatura & Psicología

31.10.10

Un mapa del universo

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 19 de octubre de 2010.

Una serie de preguntas que con seguridad cualquier escritor escucha en repetidas ocasiones, se refiere a sus influencias y a cómo se inició en el acto de la lectura. Por mi parte, suelo responder que mis pasiones literarias tempranas incluyen a Poe y a Bécquer, pero rara vez menciono a quien, antes que otro, despertó en mí el amor al conocimiento y el gusto por la Poesía, tal vez porque no se trata de un poeta sino de un científico: Carl Sagan.

En mi biblioteca personal conservo, con huellas de tiempo en la solapa, mi libro de Cosmos, publicado por la editorial Planeta en los años ochenta. Un Sagan con look setentero le sonríe ampliamente al lector invitándolo a viajar hasta las galaxias más lejanas. Al comenzar la travesía por las páginas uno descubre que el universo es poesía. “Somos polvo de estrellas”, dice nuestro guía con cierto aire místico, al describir palmo a palmo la danza de los astros en el espinazo de la noche. A la par que discurre sobre la naturaleza de un quásar o de una supernova, cita igual a Ovidio que a Newton, una frase de Nikos Kazantzakis y un pasaje del Popol-Vuh.

Después me regocijaría con otros de sus libros, como Los dragones del edén, El mundo y sus demonios y Miles de millones. Al final de su existencia, en sus últimos escritos, el místico da paso al escéptico. ¿Finalmente se evapora la esperanza en la humanidad?

Para mediados de los noventa, en plena adolescencia, me había hecho lectora asidua de Sthepen Hawking quien, siguiendo la línea de la divulgación científica, hacía amigable la física teórica para el público no especializado y aún para los muy jóvenes como yo en aquel entonces. El hecho de que un libro como Historia del tiempo, ya en 2002 había alcanzado la venta de nueve millones de ejemplares, nos hace pensar que hay mucha más gente de la que creemos interesada en la ciencia. Claro, si comparamos la cifra con la cantidad de seres humanos en el mundo, puede no ser muy grande, pero no muchos escritores podrían presumir tal éxito de ventas.

Debo aclarar que en la escuela nunca saqué un diez en física y las más de las veces, en la clase de matemáticas, me la pasaba haciendo garabatos en mi cuaderno o con la mirada extraviada en algún punto de los corredores (de allí mi afición a sentarme cerda de alguna ventana).
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Otro libro amado, ahora en mi vida adulta, es El universo elegante, de Brian Greene, un tratado sencillo y accesible para comprender la Teoría de Supercuerdas. Posiblemente nuestro universo sea un complejo entramado de diminutos bucles que vibran ordenadamente. La música de la vida.
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Cierto es que gran parte de lo que configura mi manera de pensar actual, los rumbos por los que oriento mi búsqueda poética y, quizás, esa manía que tengo de abstraerme de las maneras más inusuales en cualquier lugar, se debe a mi duda incisiva acerca de las propiedades de la materia. Mi completo convencimiento de que en cada gramo del asfalto de las calles y en el filo de cada uno de mis cabellos, hay polvo de estrellas. Un mar de vibraciones.

¿Qué hay otras cosas de qué ocuparse en el mundo cotidiano? Por supuesto, no podríamos andar todo el tiempo sumergidos en estas cavilaciones, pero sin duda enriquecemos nuestra visión de quienes somos cuando nos acercamos a lo que la Ciencia tiene que decirnos. ¿No lo crees?

1 comentario:

  1. Víctor Hugo y yo nos dimos cuenta que tuvimos el mismo charco secreto para capturar ranas y las mismas entusiastas intenciones de conversar alguna vez con Sagan.
    Èl me enseñó a admirar a Hawking y espero que en la elegancia del universo, el ritmo de sus cuerdas, podamos reencontranos siempre.Otras dimensiones por compartir.

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